Cierta vez, un santo estaba tendido al lado de un
camino, profundamente sumergido en sus meditaciones. Pasó por allí un
ladrón y al verlo pensó: “Este hombre debe ser un ladrón. Seguramente
anoche fue a robar en alguna casa y ahora se ha quedado dormido por el
cansancio. Pronto llegará aquí la policía y lo prenderá. Es mejor que yo
escape a tiempo”. Haciendo estas reflexiones, huyó. Un momento después,
llegó a aquel lugar un borracho y viendo al santo exclamó: “¡Hola! Has
bebido demasiado y por eso has caído a la zanja. ¡Je! Yo me mantengo más
firme que tú y no me voy a caer”. Al final, llegó un sabio, y dándose
cuenta de que el hombre tendido en el suelo era un gran santo en estado
de éxtasis, se sentó a su lado y comenzó a frotar suavemente sus santos
pies.
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