En una ciudad de la India, había un monje que
acostumbraba a hacer sus meditaciones en la acera de enfrente de un
conocido burdel. Cada amanecer, una prostituta abría su ventana, y
miraba al monje sentado al otro lado de la calle, inmerso en sus
oraciones. De vez en cuando, sus miradas se cruzaban. Esta escena se
repitió durante algunos años, hasta que los dos murieron.
El monje fue entonces al infierno, mientras que la prostituta entró en el paraíso. Ante las quejas del monje, alguien le dijo: “Mientras tú hacías tus oraciones, tu corazón deseaba a la prostituta. Ella, en cambio, suspiraba por llevar una vida como la tuya”.
El monje fue entonces al infierno, mientras que la prostituta entró en el paraíso. Ante las quejas del monje, alguien le dijo: “Mientras tú hacías tus oraciones, tu corazón deseaba a la prostituta. Ella, en cambio, suspiraba por llevar una vida como la tuya”.
Dios, que es infinitamente misericordioso, está siempre dispuesto a perdonar nuestros pecados, si hay un arrepentimiento sincero.
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