Calígula, célebre emperador romano, tenía un caballo fiero y hermoso. Tanto lo apreciaba que decidió nombrarlo cónsul.
El caballo, al verse en tan digno puesto, empezó a enorgullecerse de sí y se volvió altanero, hasta tal punto, que incluso empezó a hacerle ascos a la buena paja que le llevaban para comer.
Viendo sus cuidadores que no comía la paja, pensaron: Si la pintamos de color dorado, quizá la coma.
Así lo hicieron. Pintaron la paja del color del oro y se la llevaron. El caballo pensó: Esto ya es otra cosa, este alimento es digno de ser comido por mí, Y, vorazmente, lo engulló.
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