(ENRIQUE MARISCAL).
¿Por qué debería preocuparme por la posteridad si ella no ha hecho nada por mí? GROUCHO MARX.
Hace muchísimos años vivía en la montaña un hombre original y feliz que llamaba a los peces con una canción. Ellos se alojaban gustosos en su red porque sabían desde siempre que su destino consistía en nadar primero en el agua, después en el vino y por último en el aceite.
También reunía a los ciervos del bosque con un silbido penetrante y de esa manera conseguía, todas las mañanas, que el lago y el bosque le diesen las piezas justas para la alimentación de su grupo de parientes.
Danzaba al ritmo de las estaciones y agradecía la generosidad del sistema natural, que le permitía acopiar alimentos para el invierno, sin preocupaciones ni permisos de caza ni pago de impuestos.
Jamás se olvidaba de cuidar la pureza del agua y la vitalidad de cada árbol. Sabía que eran sus hermanos, sin haber leído nada sobre ecología o teología.
Los agricultores trabajaban la tierra desde el alba en el verde valle y no padecían hambre. Llegada la noche, recuperaban fuerzas sin conocer el insomnio. Contaban historias sin tiempo a pesar de que no dominaban el latín ni el griego.
Los pastores conducían su rebaño sabiendo el nombre de cada cordero y cabra, no escribían de las trivialidades diarias, ni tampoco a nadie se le ocurría leer.
Sin embargo, hacían tallas hermosas con las maderas, inscripciones y dibujos en las piedras y muñecos de nieve en invierno. Tenían buenas erecciones sin pastilla alguna y cuando dormían, dormían.
Si veían a algún congénere iracundo, se preguntaban entre ellos por qué ese vecino podía tener tanto miedo, o bien consideraban que debían incrementar sus niveles de tolerancia porque era alguien con dificultades pasajeras para evacuar su intestino. Sabían que lo único que puede cambiar una persona es su propia forma de pensar y que cada vez que uno se enoja es porque intenta hacer con ello que el otro se sienta culpable. No concebían el significado de ese estado anímico que hoy se llama “estar agobiado”.
Eran navis, “seres conectados que aspiraban hacia arriba y expelían hacia delante”. Cuando cerraban los ojos, veían.
Los ancianos conversaban con los pájaros y las plantas. No se aburrían, eran respetados y cuando morían, morían sin lamentaciones adicionales.
¿Por qué debería preocuparme por la posteridad si ella no ha hecho nada por mí? GROUCHO MARX.
Hace muchísimos años vivía en la montaña un hombre original y feliz que llamaba a los peces con una canción. Ellos se alojaban gustosos en su red porque sabían desde siempre que su destino consistía en nadar primero en el agua, después en el vino y por último en el aceite.
También reunía a los ciervos del bosque con un silbido penetrante y de esa manera conseguía, todas las mañanas, que el lago y el bosque le diesen las piezas justas para la alimentación de su grupo de parientes.
Danzaba al ritmo de las estaciones y agradecía la generosidad del sistema natural, que le permitía acopiar alimentos para el invierno, sin preocupaciones ni permisos de caza ni pago de impuestos.
Jamás se olvidaba de cuidar la pureza del agua y la vitalidad de cada árbol. Sabía que eran sus hermanos, sin haber leído nada sobre ecología o teología.
Los agricultores trabajaban la tierra desde el alba en el verde valle y no padecían hambre. Llegada la noche, recuperaban fuerzas sin conocer el insomnio. Contaban historias sin tiempo a pesar de que no dominaban el latín ni el griego.
Los pastores conducían su rebaño sabiendo el nombre de cada cordero y cabra, no escribían de las trivialidades diarias, ni tampoco a nadie se le ocurría leer.
Sin embargo, hacían tallas hermosas con las maderas, inscripciones y dibujos en las piedras y muñecos de nieve en invierno. Tenían buenas erecciones sin pastilla alguna y cuando dormían, dormían.
Si veían a algún congénere iracundo, se preguntaban entre ellos por qué ese vecino podía tener tanto miedo, o bien consideraban que debían incrementar sus niveles de tolerancia porque era alguien con dificultades pasajeras para evacuar su intestino. Sabían que lo único que puede cambiar una persona es su propia forma de pensar y que cada vez que uno se enoja es porque intenta hacer con ello que el otro se sienta culpable. No concebían el significado de ese estado anímico que hoy se llama “estar agobiado”.
Eran navis, “seres conectados que aspiraban hacia arriba y expelían hacia delante”. Cuando cerraban los ojos, veían.
Los ancianos conversaban con los pájaros y las plantas. No se aburrían, eran respetados y cuando morían, morían sin lamentaciones adicionales.
Son gente que viven una vida auténtica, sin pasar la mayor parte del tiempo buscandzo tres pies al gato.
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