Un labrador plantó grosellas. En cuanto abultó el fruto, sus hijos le
pidieron que les diera unas cuantas, pero el hombre se negó, diciendo
que todavía estaban verdes. Ya maduras, volvieron los chiquillos a
pedirlas para postre, pero el hombre había resuelto guardarlas para
hacer mermelada, y cuando llegó la ocasión de cosecharlas, quiso antes
el labrador concluir una labor que tenía entre manos, por lo que no pudo
hacer la mermelada a su debido tiempo. Cuando se resolvió a ello, ya
los ardores del sol, el picoteo de los pájaros y una brusca tempestad
habían devastado el fruto.
Hay quue ser generosos
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