(FÁBULA DE GHUANG-TZU)
Había una vez un pueblo de ranas que vivía en el fondo de un pozo oscuro, desde el cual no se podía ver nada del mundo de afuera. Estaban gobernadas por una grande Rana jefe que pretendía ser el dueño del pozo y de todo lo que allí nadaba y se arrastraba.
La Rana Jefe vivía del trabajo de las numerosas ranas esclavas con las cuales compartía el pozo. Estas pasaban todas las horas de sus oscuros días y casi todas las horas de las también oscuras noches, trabajando continuamente para engordar a la Rana Jefe.
Sucedió que una alondra excéntrica quiso bajar volando al pozo y contar a las ranas todas las cosas maravillosas que había visto viajando por el gran mundo de afuera: el sol, la luna, las estrellas, los montes, los valles, y lo que significaba lanzarse en el espacio infinito que estaba sobre ellas.
De vez en cuando, la alondra iba de visita y la Rana Jefe mandaba escuchar a las esclavas todo lo que ella les decía, explicando que todas aquellas maravillas no eran otra cosa que la tierra feliz “donde van todas las ranas buenas como recompensa después de una vida de sufrimiento”.
Pero pensaba que aquel pájaro extraño estaba completamente loco. Las ranas esclavas, en un primer momento, se habían dejado engañar acerca de todo lo que el Jefe quería hacerles creer, pero después fueron convencidas por ciertas ranas pensadoras que aquel pájaro había sido usado por la Rana Jefe para tenerlas dominadas con la esperanza del futuro.
“Esta es una mentira”, cantaban amargamente las ranas esclavas.
Pero entre ellas había una rana filósofo, que, después de mucho pensar, sugirió:
“Aquello que dice la alondra no es propiamente una mentira, y no es tampoco fruto de su locura. Aquello que la alondra quiere decirnos verdaderamente, es qué hermoso lugar podremos hacer de este infeliz pozo si usáramos nuestras mentes. Cuando canta los cielos límpidos y ventilados, se refiere a la ventilación de la cual podremos gozar, en vez de este aire húmedo y fétido; cuando canta al sol y a la luna, se refiere a los métodos de iluminación que podemos introducir para dispersar las tinieblas en las que vivimos. Algo todavía más importante, cuando canta que hay que levantar vuelo sin frenos hasta las estrellas, alude a la libertad de la que gozaremos cuando nos quitemos de las espaldas el peso de la Rana Jefe. Por lo tanto, no debemos despreciar a este pájaro, sino al contrario apreciarlo por la inspiración que nos ha dado”.
Y cuando, finalmente, vino la resolución, las sugerencias de la alondra tan apreciadas que las ranas esclavas la pintaron en sus banderas. Después de la destitución de la Rana Jefe el pozo fue iluminado y ventilado magníficamente, y transformado en un lugar más confortable para vivir.
Aún más, las ranas gozaron de un nuevo tiempo libre, y de muchos placeres de los sentidos, exactamente como les había predico la rana filósofo.
Pero la excéntrica alondra iba todavía de visita al pozo, a cantar sus maravillas.
“Quizás –conjeturó el filósofo- este pájaro está verdaderamente loco. Es cierto que no tenemos ya necesidad de estos cantos enigmáticos, y es fastidioso escuchar sus fantasías, ahora que han perdido su importancia social.”
Así, un día las ranas atraparon a la alondra, y, después de haberla matado, la cubrieron de paja y la pusieron en su museo cívico. Pero en una de las ranas se insinuó la duda de que aquel mundo maravilloso del que había hablado la alondra, existiera de verdad, y que fuese más bien la verdadera realidad.
Y tanto se persuadió, con el pasar del tiempo, que tomó por fin la decisión de ir a conocerlo, y en medio del estupor de todas, un día salió del pozo, con la esperanza de ser seguida, más allá de los confines del pozo artificialmente iluminado, por otras ranas.
Había una vez un pueblo de ranas que vivía en el fondo de un pozo oscuro, desde el cual no se podía ver nada del mundo de afuera. Estaban gobernadas por una grande Rana jefe que pretendía ser el dueño del pozo y de todo lo que allí nadaba y se arrastraba.
La Rana Jefe vivía del trabajo de las numerosas ranas esclavas con las cuales compartía el pozo. Estas pasaban todas las horas de sus oscuros días y casi todas las horas de las también oscuras noches, trabajando continuamente para engordar a la Rana Jefe.
Sucedió que una alondra excéntrica quiso bajar volando al pozo y contar a las ranas todas las cosas maravillosas que había visto viajando por el gran mundo de afuera: el sol, la luna, las estrellas, los montes, los valles, y lo que significaba lanzarse en el espacio infinito que estaba sobre ellas.
De vez en cuando, la alondra iba de visita y la Rana Jefe mandaba escuchar a las esclavas todo lo que ella les decía, explicando que todas aquellas maravillas no eran otra cosa que la tierra feliz “donde van todas las ranas buenas como recompensa después de una vida de sufrimiento”.
Pero pensaba que aquel pájaro extraño estaba completamente loco. Las ranas esclavas, en un primer momento, se habían dejado engañar acerca de todo lo que el Jefe quería hacerles creer, pero después fueron convencidas por ciertas ranas pensadoras que aquel pájaro había sido usado por la Rana Jefe para tenerlas dominadas con la esperanza del futuro.
“Esta es una mentira”, cantaban amargamente las ranas esclavas.
Pero entre ellas había una rana filósofo, que, después de mucho pensar, sugirió:
“Aquello que dice la alondra no es propiamente una mentira, y no es tampoco fruto de su locura. Aquello que la alondra quiere decirnos verdaderamente, es qué hermoso lugar podremos hacer de este infeliz pozo si usáramos nuestras mentes. Cuando canta los cielos límpidos y ventilados, se refiere a la ventilación de la cual podremos gozar, en vez de este aire húmedo y fétido; cuando canta al sol y a la luna, se refiere a los métodos de iluminación que podemos introducir para dispersar las tinieblas en las que vivimos. Algo todavía más importante, cuando canta que hay que levantar vuelo sin frenos hasta las estrellas, alude a la libertad de la que gozaremos cuando nos quitemos de las espaldas el peso de la Rana Jefe. Por lo tanto, no debemos despreciar a este pájaro, sino al contrario apreciarlo por la inspiración que nos ha dado”.
Y cuando, finalmente, vino la resolución, las sugerencias de la alondra tan apreciadas que las ranas esclavas la pintaron en sus banderas. Después de la destitución de la Rana Jefe el pozo fue iluminado y ventilado magníficamente, y transformado en un lugar más confortable para vivir.
Aún más, las ranas gozaron de un nuevo tiempo libre, y de muchos placeres de los sentidos, exactamente como les había predico la rana filósofo.
Pero la excéntrica alondra iba todavía de visita al pozo, a cantar sus maravillas.
“Quizás –conjeturó el filósofo- este pájaro está verdaderamente loco. Es cierto que no tenemos ya necesidad de estos cantos enigmáticos, y es fastidioso escuchar sus fantasías, ahora que han perdido su importancia social.”
Así, un día las ranas atraparon a la alondra, y, después de haberla matado, la cubrieron de paja y la pusieron en su museo cívico. Pero en una de las ranas se insinuó la duda de que aquel mundo maravilloso del que había hablado la alondra, existiera de verdad, y que fuese más bien la verdadera realidad.
Y tanto se persuadió, con el pasar del tiempo, que tomó por fin la decisión de ir a conocerlo, y en medio del estupor de todas, un día salió del pozo, con la esperanza de ser seguida, más allá de los confines del pozo artificialmente iluminado, por otras ranas.
El miedo a enfrentarnos a lo nuevo, a lo desconocido, nos hace caer en el inmovilismo, arrastrando siempre las mismas penas. Es verdad que hay que ser prudentes, y, siendo así, hay que plantearse nuevas metas y huir de la comodidad.
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