(J. FÉLIX)
Había una vez un árbol bellísimo que un mago logró transformar en un arpa encantada. Pero el espléndido instrumento dejaría salir sus notas melodiosas, si fuese tocado sólo por los dedos del músico más grande del mundo.
Inútilmente, su propietario, el Emperador de China, invitó a los mejores artistas a tocar aquel arpa: no lograron más que desentonaciones que hacían rechinar dientes y orejas.
Al final se presentó Peiwoh, el príncipe de los artistas. Al contacto de sus dedos empezó a salir del arpa una melodía maravillosa en la cual se podían recoger todas las armonías de la naturaleza: el esplendor del bosque al salir el sol, la dulzura del claro de luna, el silbido del viento, la espuma cariñosa de las olas del mar. Se percibían también las fragantes melodías que salen de la tierra en todas las estaciones.
El Emperador y su Corte estaban enmudecidos por la admiración.
“¿Cuál es el secreto de tu arte?”, se le preguntó a Peiwoh.
Él respondió:
“Todos los demás músicos han fallado porque sólo buscaban expresarse a sí mismos, yo, en cambio, he tratado de olvidarme. ¡Dejo libre el arpa para escoger su tema, para expresar su música, su melodía y en realidad, cuando toco, no sé si el arpa es Peiwoh o si Peiwoh es el arpa.
Había una vez un árbol bellísimo que un mago logró transformar en un arpa encantada. Pero el espléndido instrumento dejaría salir sus notas melodiosas, si fuese tocado sólo por los dedos del músico más grande del mundo.
Inútilmente, su propietario, el Emperador de China, invitó a los mejores artistas a tocar aquel arpa: no lograron más que desentonaciones que hacían rechinar dientes y orejas.
Al final se presentó Peiwoh, el príncipe de los artistas. Al contacto de sus dedos empezó a salir del arpa una melodía maravillosa en la cual se podían recoger todas las armonías de la naturaleza: el esplendor del bosque al salir el sol, la dulzura del claro de luna, el silbido del viento, la espuma cariñosa de las olas del mar. Se percibían también las fragantes melodías que salen de la tierra en todas las estaciones.
El Emperador y su Corte estaban enmudecidos por la admiración.
“¿Cuál es el secreto de tu arte?”, se le preguntó a Peiwoh.
Él respondió:
“Todos los demás músicos han fallado porque sólo buscaban expresarse a sí mismos, yo, en cambio, he tratado de olvidarme. ¡Dejo libre el arpa para escoger su tema, para expresar su música, su melodía y en realidad, cuando toco, no sé si el arpa es Peiwoh o si Peiwoh es el arpa.
"Es muriendo a sí mismo cuando uno resucita a la vida"
ResponderEliminarS. Francisco de Asís.
Así es, hay que vivir la vida pensando también en los demás y no solo en nosotros mismos. Si viviéramos así, seguro que dejábamos de quejarnos tanto, al darnos cuenta que, viendo lo que les pasa a otras personas, tenemos muchos más motivos para darle gracias a Dios que, para estar quejándonos continuamente.