(LEONARDO DA VINCI. FÁBULAS)
Cuando el Pelícano se fue en busca de alimento, una serpiente escondida entre las ramas fue arrastrándose hasta el nido. Los pequeños dormían tranquilos.
Se acercó la serpiente, y con un fulgor malvado en los ojos dio inicio a la matanza. Una mordida venenosa a cada uno, y los pobrecillos pasaron inmediatamente del sueño a la muerte.
La serpiente, satisfecha, volvió a su escondite, para esperar la llegada del Pelícano. De hecho, al cabo del rato, el pájaro retornó.
Al ver aquella matanza, empezó a llorar, y su lamento era tan desesperado que todos los habitantes del bosque lo escuchaban conmovidos.
“¿Qué sentido tiene ahora mi vida sin vosotros?”, decía el pobre padre mirando a sus hijos asesinados. “¡Quiero morir también yo como vosotros!”.
Y con el pico se puso a desgarrarse el pecho, precisamente sobre el corazón. La sangre brotaba a borbotones por la herida, empapando a los pequeños asesinados por la serpiente.
De repente el Pelícano, ya moribundo, se estremeció. Su sangre caliente había dado vida a sus hijos; su amor los había resucitado. Y entonces, todo feliz, inclinó la cabeza y expiró.
Cuando el Pelícano se fue en busca de alimento, una serpiente escondida entre las ramas fue arrastrándose hasta el nido. Los pequeños dormían tranquilos.
Se acercó la serpiente, y con un fulgor malvado en los ojos dio inicio a la matanza. Una mordida venenosa a cada uno, y los pobrecillos pasaron inmediatamente del sueño a la muerte.
La serpiente, satisfecha, volvió a su escondite, para esperar la llegada del Pelícano. De hecho, al cabo del rato, el pájaro retornó.
Al ver aquella matanza, empezó a llorar, y su lamento era tan desesperado que todos los habitantes del bosque lo escuchaban conmovidos.
“¿Qué sentido tiene ahora mi vida sin vosotros?”, decía el pobre padre mirando a sus hijos asesinados. “¡Quiero morir también yo como vosotros!”.
Y con el pico se puso a desgarrarse el pecho, precisamente sobre el corazón. La sangre brotaba a borbotones por la herida, empapando a los pequeños asesinados por la serpiente.
De repente el Pelícano, ya moribundo, se estremeció. Su sangre caliente había dado vida a sus hijos; su amor los había resucitado. Y entonces, todo feliz, inclinó la cabeza y expiró.