(PARÁBOLA BUDISTA)
Una mujer joven, habiendo perdido a su primogénito, estaba tan acongojada que vagaba por las calles, rogando por alguna medicina mágica que le devolviera la vida a su hijo. Algunos la veían con lástima, otros se burlaban y la llamaban loca, pero ninguno lograba consolarla. Un sabio, viendo su desesperación le dijo: “Hay uno solo en todo el mundo que puede realizar este milagro. Es el Uno Perfecto, y reside en la parte alta de la montaña. Ve a él y pregunta”. La joven mujer subió a la montaña, se paró y rogó, “Oh Buda, devuelve la vida a mi hijo”. Y Buda dijo: “Ve a la ciudad, y anda de casa en casa, y tráeme una semilla de mostaza de una casa en que nadie ha muerto nunca”.
El corazón de la joven mujer estaba esperanzado a medida que bajaba apresurada la montaña y entraba en la ciudad. En la primera casa, dijo, “El Buda me pide que lleve una semilla de mostaza de una casa en que nadie ha muerto nunca”. “En esta casa han muerto muchos”, le dijeron. Así que fue a la próxima y preguntó otra vez. “Es imposible contar los que han muerto aquí”, le contestaron. Fue a la tercera casa, a la cuarta, a la quinta, y así por toda la ciudad y no pudo encontrar una sola casa que la muerte no hubiera visitado alguna vez. Así que la mujer regresó a la cima de la montaña. “¿Has traído la semilla de mostaza?”, le preguntó Buda. “No, le dijo, ni la busco más. Mi pesar me ha hecho ciega, pensando que sólo yo había sufrido a causa de la muerte”. “Entonces, ¿por qué has regresado?”, le inquirió. “Para pedir que me enseñes la verdad”. A esto Buda le dijo:
“En todo el mundo del hombre,
en todo el mundo de los dioses,
esto sólo es la ley:
Todas las cosas son perecederas”.
Una mujer joven, habiendo perdido a su primogénito, estaba tan acongojada que vagaba por las calles, rogando por alguna medicina mágica que le devolviera la vida a su hijo. Algunos la veían con lástima, otros se burlaban y la llamaban loca, pero ninguno lograba consolarla. Un sabio, viendo su desesperación le dijo: “Hay uno solo en todo el mundo que puede realizar este milagro. Es el Uno Perfecto, y reside en la parte alta de la montaña. Ve a él y pregunta”. La joven mujer subió a la montaña, se paró y rogó, “Oh Buda, devuelve la vida a mi hijo”. Y Buda dijo: “Ve a la ciudad, y anda de casa en casa, y tráeme una semilla de mostaza de una casa en que nadie ha muerto nunca”.
El corazón de la joven mujer estaba esperanzado a medida que bajaba apresurada la montaña y entraba en la ciudad. En la primera casa, dijo, “El Buda me pide que lleve una semilla de mostaza de una casa en que nadie ha muerto nunca”. “En esta casa han muerto muchos”, le dijeron. Así que fue a la próxima y preguntó otra vez. “Es imposible contar los que han muerto aquí”, le contestaron. Fue a la tercera casa, a la cuarta, a la quinta, y así por toda la ciudad y no pudo encontrar una sola casa que la muerte no hubiera visitado alguna vez. Así que la mujer regresó a la cima de la montaña. “¿Has traído la semilla de mostaza?”, le preguntó Buda. “No, le dijo, ni la busco más. Mi pesar me ha hecho ciega, pensando que sólo yo había sufrido a causa de la muerte”. “Entonces, ¿por qué has regresado?”, le inquirió. “Para pedir que me enseñes la verdad”. A esto Buda le dijo:
“En todo el mundo del hombre,
en todo el mundo de los dioses,
esto sólo es la ley:
Todas las cosas son perecederas”.
ResponderEliminarREFLEXIÓN
Todo menos Dios. Ya lo dijo Sta. Teresa, todas las cosas de este mundo son cosas vanas, solo lo celeste es imperecedero. No nos obsesionemos por cosas que tanto se valoran en nuestros días: el dinero, la fama, hasta la salud, solo una es imperecedera, el amor; o lo que es lo mismo, Dios.