(DANILO ZANELLA)
Un viejecito, ateo e incrédulo, fue a visitar a un sacerdote. Quería que le ayudase a resolver sus dudas de fe. No lograba convencerse de que Jesús de Nazaret hubiera resucitado. Buscaba pruebas de la resurrección.
Cuando entró en casa del sacerdote, estaba ya alguien hablando con él.
El sacerdote entrevió al anciano de pie en el pasillo, y corrió en seguida, sonriente, a ofrecerle una silla.
Cuando el otro se despidió, el sacerdote hizo entrar al señor anciano. Una vez conocido su problema, le habló largamente y, después de un denso coloquio, el anciano de ateo se convirtió en creyente y quiso volver a ponerse en contacto con la palabra de Dios, recibir los sacramentos y recobró la confianza en la Virgen.
El sacerdote satisfecho, pero también un poco sorprendido por el cambio, le preguntó:
“Por favor, después de nuestro largo coloquio, ¿cuál ha sido el argumento que le ha convencido de que Cristo de verdad ha resucitado y de que Dios existe?”.
“El detalle de acercarme la silla para que no me cansase de esperar”, respondió el viejecito.
Un viejecito, ateo e incrédulo, fue a visitar a un sacerdote. Quería que le ayudase a resolver sus dudas de fe. No lograba convencerse de que Jesús de Nazaret hubiera resucitado. Buscaba pruebas de la resurrección.
Cuando entró en casa del sacerdote, estaba ya alguien hablando con él.
El sacerdote entrevió al anciano de pie en el pasillo, y corrió en seguida, sonriente, a ofrecerle una silla.
Cuando el otro se despidió, el sacerdote hizo entrar al señor anciano. Una vez conocido su problema, le habló largamente y, después de un denso coloquio, el anciano de ateo se convirtió en creyente y quiso volver a ponerse en contacto con la palabra de Dios, recibir los sacramentos y recobró la confianza en la Virgen.
El sacerdote satisfecho, pero también un poco sorprendido por el cambio, le preguntó:
“Por favor, después de nuestro largo coloquio, ¿cuál ha sido el argumento que le ha convencido de que Cristo de verdad ha resucitado y de que Dios existe?”.
“El detalle de acercarme la silla para que no me cansase de esperar”, respondió el viejecito.
La verdadera religión es la de las obras, donde el amor a Dios es el amor al prójimo. Una sociedad donde conviven gente que despilfarra con otra que está en una situación de necesidad extrema, es una sociedad que no cree en Dios. Dios es amor, y la persona que ama se entrega a la persona necesitada.
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