(GIANNI RODARI. CUENTOS POR TELÉFONO)
Una vez el semáforo que está en Milán, en la plaza de la Catedral, hizo algo extraño. Todas sus luces se tiñeron de azul, y la gente no sabía qué hacer:
-“¿Cruzamos o no cruzamos? ¿Nos quedamos o no?”.
De todos sus círculos, en todas las direcciones, el semáforo difundía la insólita señal azul, de un azul que jamás tan azul había estado el cielo de Milán.
En espera de entender algo, los automovilistas echaban pestes y tocaban las bocinas, los motoristas hacían rugir las máquinas y los peatones más corpulentos gritaban:
-“¡Usted no sabe quién soy yo!”.
Los más ocurrentes hacían chistes:
-“El color verde se lo habrá comido el alcalde, para hacerse un chalet en el campo. El rojo lo han usado para teñir los peces de los jardines. Con el amarillo, ¿saben qué hacen? Diluyen el aceite de oliva”.
Finalmente, llegó un fiscal y se puso en medio del cruce a dirigir el tráfico. Otro fiscal buscó la caja de empalme para reparar el daño, y quitó la corriente. Antes de apagarse el semáforo azul alcanzó a pensar:
-“¡Pobrecitos! Yo había dado la señal de “vía libre” para el cielo. Si me hubiesen entendido, ahora todos sabrían volar. Pero quizás les ha faltado el valor”.
Una vez el semáforo que está en Milán, en la plaza de la Catedral, hizo algo extraño. Todas sus luces se tiñeron de azul, y la gente no sabía qué hacer:
-“¿Cruzamos o no cruzamos? ¿Nos quedamos o no?”.
De todos sus círculos, en todas las direcciones, el semáforo difundía la insólita señal azul, de un azul que jamás tan azul había estado el cielo de Milán.
En espera de entender algo, los automovilistas echaban pestes y tocaban las bocinas, los motoristas hacían rugir las máquinas y los peatones más corpulentos gritaban:
-“¡Usted no sabe quién soy yo!”.
Los más ocurrentes hacían chistes:
-“El color verde se lo habrá comido el alcalde, para hacerse un chalet en el campo. El rojo lo han usado para teñir los peces de los jardines. Con el amarillo, ¿saben qué hacen? Diluyen el aceite de oliva”.
Finalmente, llegó un fiscal y se puso en medio del cruce a dirigir el tráfico. Otro fiscal buscó la caja de empalme para reparar el daño, y quitó la corriente. Antes de apagarse el semáforo azul alcanzó a pensar:
-“¡Pobrecitos! Yo había dado la señal de “vía libre” para el cielo. Si me hubiesen entendido, ahora todos sabrían volar. Pero quizás les ha faltado el valor”.
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