(BRUNO FERRERO)
Hacía más de veinte años que no pisaba una iglesia. Se acercó titubeante a un confesionario. Se arrodilló y, tras un instante de duda, se desahogó entre lágrimas:
-Tengo las manos manchadas de sangre. Fue durante la retirada del frente ruso. Cada día moría alguno de los nuestros. El hambre era terrible. Nos habían dicho que antes de entrar en las isbas (las cabañas de madera de la estepa rusa) pusiéramos la mano en el gatillo del fusil, listos para disparar a la primera señal de peligro. Yo había entrado en una de estas isbas, una vivienda de cuatro por seis metros. En su interior encontré a un anciano y una chica rubia de ojos azules, cargados de tristeza.
-Pan. ¡Quiero un poco de pan! –les ordené.
La chica se inclinó.
Yo pensé que iba a coger un arma, una bomba. Disparé sin pensarlo. Cayó boca arriba con un hilo de sangre en la comisura de los labios. Cuando me acerqué, vi que la chica apretaba en su mano un pedazo de pan. Había matado una chica de catorce años, una niña inocente que iba a darme un trozo de pan. Luego me di a la bebida intentando olvidar, pero ¿cómo? ¿Hay perdón para mí?
Hacía más de veinte años que no pisaba una iglesia. Se acercó titubeante a un confesionario. Se arrodilló y, tras un instante de duda, se desahogó entre lágrimas:
-Tengo las manos manchadas de sangre. Fue durante la retirada del frente ruso. Cada día moría alguno de los nuestros. El hambre era terrible. Nos habían dicho que antes de entrar en las isbas (las cabañas de madera de la estepa rusa) pusiéramos la mano en el gatillo del fusil, listos para disparar a la primera señal de peligro. Yo había entrado en una de estas isbas, una vivienda de cuatro por seis metros. En su interior encontré a un anciano y una chica rubia de ojos azules, cargados de tristeza.
-Pan. ¡Quiero un poco de pan! –les ordené.
La chica se inclinó.
Yo pensé que iba a coger un arma, una bomba. Disparé sin pensarlo. Cayó boca arriba con un hilo de sangre en la comisura de los labios. Cuando me acerqué, vi que la chica apretaba en su mano un pedazo de pan. Había matado una chica de catorce años, una niña inocente que iba a darme un trozo de pan. Luego me di a la bebida intentando olvidar, pero ¿cómo? ¿Hay perdón para mí?
Dios perdona a todo el que se arrepiente de sus pecados; aun por muy graves que sean estos.
ResponderEliminarEn este caso del cuento, parece ser que era en defensa propia.