(ERMA BOMBECK)
Un día, Dios decidió crear… la Madre.
Llevaba dándole vueltas al proyecto durante más de una semana, cuando aparece un ángel y le dice:
-Anda que el modelito te está haciendo perder el tiempo ¿eh?
Y Él:
-Es cierto. Pero ¿has leído los requisitos de fabricación? Debe ser lavable y transparente, pero no de plástico; tener ciento ochenta piezas móviles, todas recambiables y un corazón de oro, tierno a la vez; la cabeza en su sitio y unos labios capaces de dar un beso que lo cure todo… desde una herida en la rodilla… hasta un desengaño amoroso… y, además, seis pares de manos…
-¿Seis pares?
- Sí, por las tareas que le aguardan. Pero lo difícil no son las manos –dijo Dios- sino los tres pares de ojos que la madre debe tener.
-¿Tantos?
Dios asintió.
-Un par para ver detrás de la puerta cerrada, cuando pregunta: “¿Qué estáis tramando ahí dentro, hijos?”. Otro par detrás de la cabeza para ver lo que no pueda ver, pero que una madre no debe ignorar. Y otro par, además, para decir en silencio al hijo que se ha metido en un lío: “Te comprendo, hijo. A pesar de todo te sigo queriendo”.
-Señor –dijo el ángel echándole gentilmente un brazo por los hombros –vamos a descansar… Mañana será otro día.
-No puedo –respondió el Señor-. Casi está acabado. He fabricado un modelo que se cura sola si cae enferma, que sabe preparar una comida para seis con sólo medio kilo de carne picada y que es capaz de mantener quieto bajo la ducha a un chaval de cinco años.
El ángel dio una vuelta lenta alrededor del modelo de madre, contemplándolo con curiosidad.
-La encuentro demasiado delicada –dijo luego, chasqueando la lengua contra el paladar.
-¡Pero resistente! –replicó el Señor con aplomo-. Tú no tienes ni idea de lo que es capaz de soportar una madre.
-Pero ¿será capaz de pensar?
-La ofendes y me ofendes por dudarlo. No sólo tendrá inteligencia, sino que sabrá hacer un uso estupendo de la misma y cargar su razón de razones que acaban por convencerte.
Entonces el ángel se acercó al modelo de madre y le pasó un dedo por la mejilla.
-¡Hay una avería, una fuga! Pierde algo…
-No hay tal fuga –corrigió el Señor-. Se trata de una lágrima.
-Y eso ¿para qué sirve?
-Sirve para expresar la alegría, tristeza, desengaño, dolor, soledad… e incluso, orgullo por el hijo que tiene éxito.
-¡Estás hecho un genio! –exclamó el ángel.
Con una pizca de melancolía y de humor añadió Dios por lo bajo:
-Si te soy sincero, no he sido yo quien ha inventado las lágrimas… Pero está bien.
Un día, Dios decidió crear… la Madre.
Llevaba dándole vueltas al proyecto durante más de una semana, cuando aparece un ángel y le dice:
-Anda que el modelito te está haciendo perder el tiempo ¿eh?
Y Él:
-Es cierto. Pero ¿has leído los requisitos de fabricación? Debe ser lavable y transparente, pero no de plástico; tener ciento ochenta piezas móviles, todas recambiables y un corazón de oro, tierno a la vez; la cabeza en su sitio y unos labios capaces de dar un beso que lo cure todo… desde una herida en la rodilla… hasta un desengaño amoroso… y, además, seis pares de manos…
-¿Seis pares?
- Sí, por las tareas que le aguardan. Pero lo difícil no son las manos –dijo Dios- sino los tres pares de ojos que la madre debe tener.
-¿Tantos?
Dios asintió.
-Un par para ver detrás de la puerta cerrada, cuando pregunta: “¿Qué estáis tramando ahí dentro, hijos?”. Otro par detrás de la cabeza para ver lo que no pueda ver, pero que una madre no debe ignorar. Y otro par, además, para decir en silencio al hijo que se ha metido en un lío: “Te comprendo, hijo. A pesar de todo te sigo queriendo”.
-Señor –dijo el ángel echándole gentilmente un brazo por los hombros –vamos a descansar… Mañana será otro día.
-No puedo –respondió el Señor-. Casi está acabado. He fabricado un modelo que se cura sola si cae enferma, que sabe preparar una comida para seis con sólo medio kilo de carne picada y que es capaz de mantener quieto bajo la ducha a un chaval de cinco años.
El ángel dio una vuelta lenta alrededor del modelo de madre, contemplándolo con curiosidad.
-La encuentro demasiado delicada –dijo luego, chasqueando la lengua contra el paladar.
-¡Pero resistente! –replicó el Señor con aplomo-. Tú no tienes ni idea de lo que es capaz de soportar una madre.
-Pero ¿será capaz de pensar?
-La ofendes y me ofendes por dudarlo. No sólo tendrá inteligencia, sino que sabrá hacer un uso estupendo de la misma y cargar su razón de razones que acaban por convencerte.
Entonces el ángel se acercó al modelo de madre y le pasó un dedo por la mejilla.
-¡Hay una avería, una fuga! Pierde algo…
-No hay tal fuga –corrigió el Señor-. Se trata de una lágrima.
-Y eso ¿para qué sirve?
-Sirve para expresar la alegría, tristeza, desengaño, dolor, soledad… e incluso, orgullo por el hijo que tiene éxito.
-¡Estás hecho un genio! –exclamó el ángel.
Con una pizca de melancolía y de humor añadió Dios por lo bajo:
-Si te soy sincero, no he sido yo quien ha inventado las lágrimas… Pero está bien.
Una madre eds una madre.
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