(LEON TOLSTOI)
Un día el Zar de Rusia se fue de cacería con un halcón. Después de haber caminado mucho le entró sed, y llevando sobre un brazo su halcón predilecto, se alejó a caballo, en busca de una fuente. Buscó mucho, y finalmente, encontró una vena de agua que goteaba lenta, lenta, de una roca. Puso una copa bajo aquel diminuto manantial y esperó con paciencia que se llenara.
Después trató de beber el agua recogida, pero el halcón se agitó y, con un golpe de ala, derramó la copa. De nuevo, el Zar llenó el recipiente y como lo vio lleno de agua fresca, trató de llevarlo a la boca. Pero también esta vez el halcón, revoloteando alrededor, derramó la copa.
Bastante contrariado, el Zar la llenó por tercera vez e hizo por beber. Pero el halcón se lanzó encima, esparciendo todo el agua alrededor.
Entonces el Zar, montado en cólera, tomó el halcón por el cuello y lo mató. Estaba por llenar otra vez la copa, cuando uno de sus siervos llegó al galope.
-“¡Majestad, no!, le gritó. ¡No beba esa agua! ¡Es una fuente envenenada!”.
El Zar arrojó lejos la copa y un velo de lágrimas cubrió su mirada.
-“¡Cuántos errores cometemos a causa de la precipitación y de la falta de reflexión!, dijo con amargura, recogiendo del suelo a su amigo muerto. ¡Guiado por su instinto, mi halcón, me ha salvado la vida por lo menos tres veces. Y he ahí cómo yo lo he recompensado.”
Un día el Zar de Rusia se fue de cacería con un halcón. Después de haber caminado mucho le entró sed, y llevando sobre un brazo su halcón predilecto, se alejó a caballo, en busca de una fuente. Buscó mucho, y finalmente, encontró una vena de agua que goteaba lenta, lenta, de una roca. Puso una copa bajo aquel diminuto manantial y esperó con paciencia que se llenara.
Después trató de beber el agua recogida, pero el halcón se agitó y, con un golpe de ala, derramó la copa. De nuevo, el Zar llenó el recipiente y como lo vio lleno de agua fresca, trató de llevarlo a la boca. Pero también esta vez el halcón, revoloteando alrededor, derramó la copa.
Bastante contrariado, el Zar la llenó por tercera vez e hizo por beber. Pero el halcón se lanzó encima, esparciendo todo el agua alrededor.
Entonces el Zar, montado en cólera, tomó el halcón por el cuello y lo mató. Estaba por llenar otra vez la copa, cuando uno de sus siervos llegó al galope.
-“¡Majestad, no!, le gritó. ¡No beba esa agua! ¡Es una fuente envenenada!”.
El Zar arrojó lejos la copa y un velo de lágrimas cubrió su mirada.
-“¡Cuántos errores cometemos a causa de la precipitación y de la falta de reflexión!, dijo con amargura, recogiendo del suelo a su amigo muerto. ¡Guiado por su instinto, mi halcón, me ha salvado la vida por lo menos tres veces. Y he ahí cómo yo lo he recompensado.”
Son tantas las veces que ocurre que, obcecados por cosas o, incluso personas malas, pero que nos gustan, nos enfrentamos con todos aquellos que nos aconsejan lo contrario.
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