(CUENTO DE MALABAR)
Había una vez
un Rajá que poseía riquezas y tesoros. Tenía también muchos súbditos,
pero los trataba como esclavos. Por eso era mal visto por todos.
Un día llamó a su tesorero y le dijo:
-Haz la gira anual de costumbre por mis territorios, y cobra los impuestos.
-Majestad, la cosecha ha sido muy escasa. Convendría perdonar los impuestos –respondió.
-¡Estás loco! –gritó el tirano-.
-Está bien –dijo el tesorero-. Cobraremos los impuestos. Y el dinero recogido, ¿en qué lo emplearemos?
-Haz una gira por todo el palacio. Mira a ver qué falta, y provees con el dinero de los impuestos.
El
tesorero se dio una vuelta por el palacio. Vio al Rajá con el rostro
sombrío, a la Reina con aire de aburrimiento, los príncipes caprichosos,
viciados y descontentos, los cortesanos que derrochaban y litigaban.
También observó a la gente del pueblo que pasaba delante del palacio y
echaba miradas de ira y descontento, murmurando maldiciones…
-Hay reparaciones graves que hacer… -dijo. Y partió a cobrar.
Fue por ciudades y campos con un pregonero, y delante de aquellos pobres anunciaba:
-El
Rajá, este año, teniendo en cuenta las cosechas y vuestras
dificultades, y para cumplir el deseo de la Reina y de los Príncipes, os
perdona los impuestos.
De todos los pueblos del reino salían aplausos. Mientras tanto el Rajá, ignorante de lo acaecido, preguntaba al Ministro:
-¿Cómo ha ido?
-Bien, Majestad.
-¿Y dónde están los dineros?
-Los he gastado ya todos.
-¡Cómo!
-Sí.
En mi visita he notado que en esta casa había que rehacer del todo los
ánimos, y que faltaba la alegría, fruto de la bondad. Y he tratado de
procurársela, diciendo a la gente que este año usted perdonaba a todos
los impuestos y que…
-¡Ah, miserable!, gritó el Rajá.
Y despidió
malhumorado al tesorero. Después, lleno de cólera, salió en persona del
palacio, decidido a reparar el daño sufrido. Pero apenas apareció, la
gente le salió al encuentro con flores y aplausos:
-¡Viva el Rajá! ¡Bendita sea nuestra Reina!
Poco
a poco, entre tanto entusiasmo se sintió desarmado. Su corazón de
piedra, por primera vez, se enternecía, olvidaba sus malditos dineros.
Por primera vez en su vida, se sentía feliz. Regresando a casa, encontró
alrededor del palacio una muchedumbre inmensa: el pueblo había puesto
en escena una manifestación de fiesta a la Reina y a los Príncipes.
Todos estaban alegres y contentos. Entonces hizo llamar al tesorero despedido, y le dijo:
-Tenías
razón. Eres un buen administrador, sabes convertir el dinero en
felicidad. De ahora en adelante serás mi consejero y el distribuidor de
mis bienes al pueblo.
Y así, por primera vez, desde que el mundo es mundo, un negocio de impuestos terminó en una fiesta para todos.
Qué bien cae ahora en estos tiempos este cuento, con estos políticos tan bajos de inteligencia y catadura moral que tenemos, que lo único que saben hacer para sufragar el despilfarro que hacen, es poner impuestos ¡Y lo mismo les da como venga el año!
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