Esopo.

Cuando Zeus modeló al hombre, le dotó en el
acto de todas las inclinaciones pero olvidó dotarle del pudor.
No sabiendo por dónde introducirlo, le ordenó que entrara sin que se notara su llegada. El pudor se revolvió contra la orden de Zeus, mas al fin, ante sus ruegos apremiantes, dijo:
Está bien, entraré; pero a condición de que Eros no entre donde yo esté; si entra él, yo saldré enseguida.
acto de todas las inclinaciones pero olvidó dotarle del pudor.
No sabiendo por dónde introducirlo, le ordenó que entrara sin que se notara su llegada. El pudor se revolvió contra la orden de Zeus, mas al fin, ante sus ruegos apremiantes, dijo:
Está bien, entraré; pero a condición de que Eros no entre donde yo esté; si entra él, yo saldré enseguida.
Disputaban Zeus y Apolo sobre el tiro al arco.

Conducía Hermes un día por toda la tierra una carreta
cargada de mentiras, engaños y malas artes, distribuyendo en cada país
una pequeña candidad de su cargamento. 






Encontró un labrador un águila presa en su cepo, y,
seducido por su belleza, la soltó y le dio la libertad. El águila, que
no fue ingrata con su bienhechor, viéndole sentado al pie de un muro que
amenazaba derrumbarse, voló hasta él y le arrebató con sus garras la
cinta con que se ceñía su cabeza.
En el campo de un labriego había un árbol estéril que únicamente servía de refugio a los gorriones y a las cigarras ruidosas.
Yendo de viaje, Diógenes el cínico llegó a la orilla de un
río torrencial y se detuvo perplejo. Un hombre acostumbrado a hacer
pasar a la gente el río, viéndole indeciso, se acerco a Diógenes, lo
subió sobre sus hombros y lo pasó complaciente a la otra orilla.
Un hombre se detuvo cerca de un jardinero que trabajaba
con sus legumbres, preguntándole por qué las legumbres silvestres
crecían lozanas y vigorosas, y las cultivadas flojas y desnutridas.
Unos sacerdotes de Cibeles tenían un asno al que cargaban
con sus bultos cuando se ponían en viaje. Un día por fatiga se murió el
asno, y desollándolo, hicieron con su piel unos tambores, de los cuales
se sirvieron. Habiéndoles encontrado otros sacerdotes de Cibeles, les
preguntaron que dónde estaba su asno.
Marchaban dos amigos por el mismo camino. De repente se
les apareció un oso. Uno se subió rápidamente a un árbol ocultándose en
él; el otro, a punto de ser atrapado, se tiró al suelo, fingiéndose
muerto. Acercó el oso su hocico, oliéndole por todas partes, pero el
hombre contenía su respiración, por que se dice que el oso no toca a un
cadáver. Cuando se hubo alejado el oso, el hombre escondido en el árbol
bajó de éste y preguntó a su compañero qué le había dicho el oso al
oído.
Caminaban dos hombres en compañía. Habiendo encontrado uno de ellos un hacha, el otro dijo:
Viajaban unas gentes para cierto asunto, cuando
encontraron a un cuervo que había perdido un ojo. Volvieron hacia el
cuervo sus miradas, y uno de los viandantes aconsejó el regreso, pues en
su opinión hacerlo era lo que aconsejaba el presagio. Pero otro de los
caminantes tomó la palabra y dijo:
Bóreas y el Sol disputaban sobre sus poderes, y decidieron conceder la palma al que despojara a un viajero de sus vestidos.

Un pescador que también tocaba hábilmente la flauta, cogió
juntas sus flautas y sus redes para ir al mar; y sentado en una roca
saliente, púsose a tocar la flauta, esperando que los peces, atraídos
por sus dulces sones, saltarían del agua para ir hacia él. Mas, cansado
al cabo de su esfuerzo en vano, dejó la flauta a su lado, lanzó la red
al agua y cogió buen número de peces. Viéndoles brincar en la orilla
después de sacarlos de la red, exclamó el pescador flautista: