POPULAR ÁRABE.
Una vez un eremita caminaba por un lugar desierto, cuando llegó a una enorme cueva, cuya entrada no era fácilmente visible. Decidió descansar dentro de ella y entró.
Sin embargo, pronto notó un brillante reflejo de la luz sobre una enorme cantidad de oro. En cuanto tomó conciencia de lo que había visto, el eremita comenzó a correr huyendo lo más rápido que pudo.
En ese lugar del desierto había tres ladrones, quienes pasaban mucho tiempo allí con la intención de robar a los viajantes. Poco tiempo después, el hombre piadoso tropezó con ellos. Los ladrones se sorprendieron y hasta se alarmaron viendo a un hombre correr sin que nadie lo persiguiera. Salieron de su escondite y lo detuvieron preguntándole qué sucedía.
En ese lugar del desierto había tres ladrones, quienes pasaban mucho tiempo allí con la intención de robar a los viajantes. Poco tiempo después, el hombre piadoso tropezó con ellos. Los ladrones se sorprendieron y hasta se alarmaron viendo a un hombre correr sin que nadie lo persiguiera. Salieron de su escondite y lo detuvieron preguntándole qué sucedía.
— Estoy huyendo, hermanos, del diablo que me está persiguiendo.
Los bandidos no podían ver a nadie que persiguiera al devoto y dijeron:
— Muéstranos qué tienes detrás de ti.
— Lo haré –dijo, ya que lo atemorizaban, y los condujo hacia la cueva, y al mismo tiempo les rogó que no se acercaran a ella.
Para entonces, por supuesto, los ladrones estaban muy interesados e insistieron en que querían ver el motivo de tal alarma.
— Aquí está la muerte que me perseguía.
Los ladrones estaban, por supuesto, encantados. Naturalmente consideraron al ermitaño un loco y lo dejaron ir mientras se felicitaban por su buena suerte. Los ladrones empezaron a discutir acerca de qué había que hacer con el botín, ya que temían que se lo robarían si lo dejaban otra vez en la cueva.
Finalmente decidieron que uno de ellos tomaría un poco de oro y lo llevaría a la ciudad donde lo cambiaría por comida y otras necesidades y luego procederían a la división del botín.
Uno de los rufianes se ofreció voluntariamente para realizar esta misión. Pensó para sí mismo; “Cuando llegue a la ciudad podré comer todo lo que quiera; luego envenenaré el resto de la comida, así morirán los otros dos y de esa manera el tesoro será mío.”
Sin embargo, durante su ausencia los otros dos también habían estado pensando. Había decidido que en cuanto el pillo regresara lo matarían, comerían su comida y dividirían el botín en dos partes en lugar de tres.
En el instante en que el pillo regresó a la cueva con las provisiones, los otros dos cayeron sobre él y lo apuñalaron hasta matarlo. Luego comieron toda la comida y murieron a causa del veneno que su compañero había comprado y echado dentro de ella.
— Muéstranos qué tienes detrás de ti.
— Lo haré –dijo, ya que lo atemorizaban, y los condujo hacia la cueva, y al mismo tiempo les rogó que no se acercaran a ella.
Para entonces, por supuesto, los ladrones estaban muy interesados e insistieron en que querían ver el motivo de tal alarma.
— Aquí está la muerte que me perseguía.
Los ladrones estaban, por supuesto, encantados. Naturalmente consideraron al ermitaño un loco y lo dejaron ir mientras se felicitaban por su buena suerte. Los ladrones empezaron a discutir acerca de qué había que hacer con el botín, ya que temían que se lo robarían si lo dejaban otra vez en la cueva.
Finalmente decidieron que uno de ellos tomaría un poco de oro y lo llevaría a la ciudad donde lo cambiaría por comida y otras necesidades y luego procederían a la división del botín.
Uno de los rufianes se ofreció voluntariamente para realizar esta misión. Pensó para sí mismo; “Cuando llegue a la ciudad podré comer todo lo que quiera; luego envenenaré el resto de la comida, así morirán los otros dos y de esa manera el tesoro será mío.”
Sin embargo, durante su ausencia los otros dos también habían estado pensando. Había decidido que en cuanto el pillo regresara lo matarían, comerían su comida y dividirían el botín en dos partes en lugar de tres.
En el instante en que el pillo regresó a la cueva con las provisiones, los otros dos cayeron sobre él y lo apuñalaron hasta matarlo. Luego comieron toda la comida y murieron a causa del veneno que su compañero había comprado y echado dentro de ella.
De esta manera, aquel tesoro realmente había significado la muerte, como lo había anunciado el eremita, para quienes se habían dejado influenciar por él, y el tesoro permaneció donde estaba, en la cueva, por mucho tiempo.
El egoísmo es la raíz de todos los males, hace que la cosa o el objeto codiciado se convierta, no en nuestro siervo sino en nuestro señor; y vivamos no para nosotros sino para él.
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