Un día descubrió satanás un modo de divertirse.
Inventó un espejo diabólico con una propiedad mágica; en él se veía feo y mezquino todo cuanto era bueno y hermoso y, en cambio, se veía grande y detallado todo lo que era feo y malo.
Satanás iba por todas partes con su terrible espejo. Y todos cuantos se miraban en él se horrorizaban: todo parecía deforme y monstruoso.
El maligno se divertía de lo lindo con su espejo. Cuanto más repugnantes eran las cosas más le gustaban.
Un día le pareció tan delicioso el espectáculo que a sus ojos le ofrecía el espejo que se desternilló de risa. Se rió tanto, tanto que el esjeo se le fue de las manos y se hizo trizas, partiéndose en millones de pedazos.
Un huracán, potente y perverso, desperdigó por todo el mundo los trozos del espejo. Algunos trozos eran más pequeños que un granito de arena y penetraron en los ojos de muchas personas. Estas personas empezaron a ver todo al revés: sólo percibían lo que era malo de manera que sólo veían maldad por todas partes.
Otras esquirlas se conviertieron en cristales para lentes. Las personas que se ponían esas gafas nunca lograban ver lo que era justo ni juzgar con rectitud.
¿No os habéis encontrado, acaso, con hombres de esa laya? Algunos trozos de espejo eran tan grandes que se usaron para las ventanas.
Los pobrecillos que miraban a través de sus ventanas sólo veían gente antipática, que empleaba su tiempo en urdir el mal.
Y así fue como apareció entre las personas el pesimismo, que es una deformación de la realidad.
Lo malo es que esos espejos han penetrado ya en los corazones de algunas personas que empiezan a fijarse solo lo malo que ocurre en este mundo sin ver la cantidad de bien que se hace; son tantas las personas que dejan lo que tienen, familia, bienes, etc, para irse a otros lugaress lejanos y entregarse de una forma desinteresada a los demás.
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