(POPULAR MEDIEVAL)
El pueblo que rodeaba la colina el castillo se despertó al oír al mensajero del marqués que leía un bando en medio de la plaza.
"Se hace saber a todos que nuestro bienamado señor marqués invita a todos sus buenos y fieles súbditos a participar en la fiesta de su cumpleaños. Cada uno de los que asistan recibirá una agradable sorpresa. Pide a todos un pequeño favor: Cada uno de los participantes a la fiesta tenga la cortesía de llevar un poco de agua para llenar el depósito del castillo que está vacío..."
El mensajero repitió varias veces la proclama, luego dio marcha atrás y escoltado por los guardias volvió al castillo. En el pueblo se levantaron los comentarios más diversos.
-¡Bah! El tirano de siempre. Le sobran criados para hacerse llenar el depósito... Le llevaré un vaso de agua y ¡basta!
-¡Que va! ¡Siempre ha sido bueno y generoso! Yo le llevaré un barril.
-Yo... un dedal y ¡sobra!
-¿Yo un tonel!
Llegó el día de la fiesta. Aquella mañana un extraño cortejo subía la colina hacia el castillo. Algunos llevaban al hombro pesados toneles o jadeaban en la cuesta cargados con grandes cubos llenos de agua. Otros mofándose de sus compañeros, llevaban pequeñas garrafas, botellines o incuso un baso en una bandeja. La procesión entró en el patio del castillo. Cada uno vaciaba el propio recipiente en el gran depósito. Lo dejaba en un rincón y, luego, se dirigía contento hacia la sala del banquete. Asados y vino, frutas y tartas, bailes y cantos se sucedieron hasta bien entrada la tarde. Al anochecer el señor del castillo dio las gracias a todos y se retiró a sus habitaciones.
-¿Y la sorpresa prometida? -rezongaron algunos, contrariados y desilusionados. Otros se mostraban alegres y satisfechos.:
-El señor marqués nos ha obsequiado con una fiesta estupenda. Cada uno, antes de marchar, pasó a recoger sus vasijas. Estallaron, entonces, gritos cada vez más fuertes. Gritos de júbilo y de rabia. ¡Las vasijas habían sido colmadas hasta el borde de monedas de oro!
-¡Ay, si hubiera traído un poco más de agua...!
El pueblo que rodeaba la colina el castillo se despertó al oír al mensajero del marqués que leía un bando en medio de la plaza.
"Se hace saber a todos que nuestro bienamado señor marqués invita a todos sus buenos y fieles súbditos a participar en la fiesta de su cumpleaños. Cada uno de los que asistan recibirá una agradable sorpresa. Pide a todos un pequeño favor: Cada uno de los participantes a la fiesta tenga la cortesía de llevar un poco de agua para llenar el depósito del castillo que está vacío..."
El mensajero repitió varias veces la proclama, luego dio marcha atrás y escoltado por los guardias volvió al castillo. En el pueblo se levantaron los comentarios más diversos.
-¡Bah! El tirano de siempre. Le sobran criados para hacerse llenar el depósito... Le llevaré un vaso de agua y ¡basta!
-¡Que va! ¡Siempre ha sido bueno y generoso! Yo le llevaré un barril.
-Yo... un dedal y ¡sobra!
-¿Yo un tonel!
Llegó el día de la fiesta. Aquella mañana un extraño cortejo subía la colina hacia el castillo. Algunos llevaban al hombro pesados toneles o jadeaban en la cuesta cargados con grandes cubos llenos de agua. Otros mofándose de sus compañeros, llevaban pequeñas garrafas, botellines o incuso un baso en una bandeja. La procesión entró en el patio del castillo. Cada uno vaciaba el propio recipiente en el gran depósito. Lo dejaba en un rincón y, luego, se dirigía contento hacia la sala del banquete. Asados y vino, frutas y tartas, bailes y cantos se sucedieron hasta bien entrada la tarde. Al anochecer el señor del castillo dio las gracias a todos y se retiró a sus habitaciones.
-¿Y la sorpresa prometida? -rezongaron algunos, contrariados y desilusionados. Otros se mostraban alegres y satisfechos.:
-El señor marqués nos ha obsequiado con una fiesta estupenda. Cada uno, antes de marchar, pasó a recoger sus vasijas. Estallaron, entonces, gritos cada vez más fuertes. Gritos de júbilo y de rabia. ¡Las vasijas habían sido colmadas hasta el borde de monedas de oro!
-¡Ay, si hubiera traído un poco más de agua...!
Suele pasar siempre, que nos acordamos siem pre de Santa BÁrbara cuando llueve. El mejor camino es la honradez y la mejopr rerconmpensa por una obra bien hecha es el haberla hecho; solo ya por eso merece la pena hacerla, lo que venga después es un regalo a mayores.
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