(PAULO COELHO)
Cuenta el Poeta persa Rumi que
Mo´avia, el primer califa de la dinastía de los Omeya, estaba un día
durmiendo en su palacio, cuando lo despertó un hombre extraño.
- ¿Quién eres? –preguntó.
- Soy Lucifer –fue la respuesta.
- ¿Y qué deseas aquí?
- Ya es hora de la oración y sigues durmiendo.
Mo´avia
se quedó impresionado. ¿Cómo es que el príncipe de las Tinieblas, el
que desea siempre el alma de los hombres de poca fe, procuraba ayudarlo a
cumplir un deber religioso?
Pero Lucifer explicó:
-Recuerda que
yo fui creado como un Ángel de Luz. Pese a todo lo que sucedió en mi
existencia, no puedo olvidar mi origen. Un hombre puede viajar a Roma o a
Jerusalén, pero siempre lleva en su corazón los valores de su patria:
lo mismo ocurre conmigo. Aún amo al Creador, que me alimentó cuando era
joven y me enseñó a hacer el bien. Cuando me rebelé contra Él, no fue
porque no lo amara…, muy al contrario, lo amaba tanto que tuve celos
cuando creó a Adán. En aquel momento, quise desafiar al Señor y eso fue
mi ruina; aún así, aún recuerdo las bendiciones que se me dieron un día y
tal vez actuando bien pueda regresar al Paraíso.
Mo´avia respondió:
-No puedo creer lo que me dices. Tu fuiste responsable de la destrucción de mucha gente en la faz de la Tierra.
-
Pues créelo –insistió Lucifer-. Sólo Dios puede construir y destruir
porque es Todopoderoso. Fue Él, al crear al hombre, quien situó entre
los atributos de la vida el deseo, la venganza, la compasión y el miedo.
Por tanto, cuando veas el Mal a tu alrededor, no me culpes, porque sólo
soy el espejo de las maldades que ocurren.
Consciente de que algo
fallaba, Mo´avia se puso a rezar desesperadamente para que Dios lo
iluminara. Pasó toda la noche conversando y discutiendo con Lucifer y, a
pesar de los brillantes argumentos que oía, no se dejaba convencer.
Cuando ya despuntaba el día, Lucifer cedió al fin y explicó:
-Está
bien, tienes razón. Cuando esta tarde he llegado para despertarte a fin
de que no perdieses la hora de la oración, mi propósito no era
aproximarte a la Luz Divina.
“Yo sabía que, al dejar de cumplir con
tu obligación, sentirías una profunda tristeza y durante los próximos
días rezarías con el doble de fe y pedirías perdón por haber olvidado el
ritual correcto. A ojos de Dios, cada uno de esos rezos expresados con
amor y arrepentimiento valdría el equivalente de doscientas oraciones
expresadas de forma automática y corriente. Acabarías más purificado e
inspirado, Dios te amaría más y yo estaría más lejos de tu alma.
Lucifer desapareció y enseguida entró un Ángel de Luz:
-Nunca
olvides la lección de hoy –dijo a Mo´avia-. A veces el Mal se disfraza
de emisario del Bien, pero su intención oculta es la de provocar más
destrucción.
Aquel día y los siguientes, Mo´avia oró con arrepentimiento, compasión y fe. Sus rezos fueron oídos mil veces por Dios.