Alfonso Francia.
Un día en que las multitudes seguían a Jesús, al ver que caminaban muy difícilmente, que se les abría la boca de hambre, que muchos niños lloraban, se le enternece el corazón, le da lástima porque van a desfallecer. Llama a sus discípulos y les dice:
-Hay que buscar una solución inmediata, hay que darles de comer. Ea, dadles de comer.
Se miran todos con cara de extrañeza. Pedro se atreve a decir:
-Pero, Maestro, si aquí no hay supermercados, ni mochilas de comida, ni dónde cazar o pescar.
-Por ahí he visto un chavalín, dice Santiago, que traía unos panes y unos pececillos. Los acabará de comprar y se ha unido a nuestra caravana.
-Señor, dice Judas, ya que no hay pan para todos al menos que haya para ti y algo para nosotros. El más importante eres tú; luego, nosotros que te seguimos de siempre, te entendemos mejor y te ayudamos.
-¡Qué cara tienes, Judas, qué poco has entendido! Yo empiezo siempre por los últimos o los más débiles; los fuertes, los listos ya se apañan.
-Señor, comenta Mateo, esto es muy grave, vamos a tener que comer hasta raíces, yo me acuerdo que, en Caná y otros lugares, te has sacado de la manga comida y hasta vino.
-Ahora tienes otra oportunidad de lucirte, de probar lo que eres. ¡Menudo fracaso si alguien se muere de hambre, siguiéndote!, le dice Bartolomé.
-¡Anda que no sois vivos! ¡Cualquiera confía en vosotros! No tenéis más que frases bonitas... Yo me encargaré de que haya para todos -dice Jesús entre paternal y recriminatorio-. Que se sienten todos. Ponedlos por grupitos, y que el chavalín ese traiga el pan y los peces, para tener una muestra, o ¿queréis un banquete con vino y todo?
-Lo que tu digas, Señor, no vamos ahora a ser exigentes.
-¡Eh!, empieza a gritar Pedro, sentaos en grupos de doce, que va a haber comida para todos. Para el que esté de pie, nada y, para el niño que llore, tampoco.
Hacía Jesús una oración. Y se llenan milagrosamente los cestos de panes y peces.
Parecía un tren de mercancías, o una cabalgata de Reyes. A la gente se le ponen los ojos como bolas de billar. Los discípulos empiezan a coger los cestos y se los llevan allí junto a los árboles, a la sombrita. Empiezan a comer ellos, tranquilos, e invitan a muchos amigos. Y, mientras comen, rezan, recuerdan y comentan todo lo maravilloso que Jesús dice y hace. Cantan, danzan, ríen, cuentan chistes. Han formado un clima delicioso.
Jesús, que ve el espectáculo, se pone furioso. ¡El colmo! Lo que Él había multiplicado para todos, se lo comían unos pocos. Y, lo que era peor, entre los que le seguían más de cerca. Al ver las miradas de pena de la gente, el llando de los niños y la desvergüenza de los suyos... se levanta, hecho un basilisco, comienza a increparlos, a insultarlos y a punto estuvo de romper la rama de un árbol para pegarles fuerte.
De momento todo se arregló, hubo comida para todos, pero a Jesús le vino una ligera depresión al pensar: ¡qué harán mis discípulos a lo largo de la historia cuando falte Yo"!.
Desde entonces, muchos, lo que más valoran, lo que llaman milagro de verdad es que el niño se desprendiera de los pocos panes y peces que tenía. Dicen que, con unos cuantos milagros de esos, se solucionarían los problemas más graves.
Siempre que nos encontramos ante un problema, pensamos lo que pueden hacer los demás para solucionarlo en vez de lo que podemos hacer nosotros. Nos cuesta poco el desprendimiento de los demás, pero nosotros no compartimos lo que tenemos. Gracias por el cuento.
ResponderEliminar