miércoles, 31 de mayo de 2017

LOS TAMBORES.


Resumen de REINER ZIMNIK, "LOS TAMBORES".       


        Hace muchos, muchos años, un tambor recorría las calles de aquella ciudad gritando: ¡Empezamos una nueva vida! ¡Nos vamos a otro país!

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          Los ciudadanos, preocupados, decidieron meter el tambor entre rejas, a pan y agua. Pero, a la mañana siguiente, las gentes oyeron de nuevo el tambor en las calles. Y así una mañana y otra.

          Un día eran ya hombres y mujeres, el carcelero, soldados y caballeros, lo sque recorrían con sus tambores las calles de la ciudad: ¡Empezamos una nueva vida! ¡Nos vamos a otro país. Aunque otra mañana perdieron a los tambores y los llevaron ante el Obispo para que los rociara con agua bendita, porque creían que la ciudad estaba hechizada. Pero cuando salieron de la catedral... había más tambores. En todas las casas, resonaba su grito: ¡Empezamos una nueva vida! ¡Nos vamos hacia otro país!
 
          Al domingo siguiente, abrieron la gran puerta de la muralla y se pusieron en camino, para empezar una nueva vida. Caminaron y caminaron. En la primera ciudad les dijeron que no había sitio, pero, cuando ya se iban por las colinas, cuatrocientos hombres de aquella ciudad siguieron su camino. Anduvieron y anduvieron. Después de seis semanas llegaron a un valle donde no había ni un sólo árbol. Entonces los tambores gritaron: Construyamos cabañas y sembremos el trigo. Pero no había agua. Los tambores se sentaron en el suelo y estaban tristes. Recogieron su trigo de entre la arena y se fueron a otro lugar. Allí llegó la lluvia y creció el trigo. Algunos dijeron: -Hermanos, hemos sembrado y hemos recogido la cosecha. Nadie pasa hambre. Alegrémonos, bailemos y cantemos. Pero nadie se alegró. Uno de ellos gritó en sueños: -¡Aquí no crece ninguna flor! Otro chilló: -¡Aquí no canta ningún pájaro! Una vez más se pusieron en marcha.
 
               Habían olvidado que la tierra era redonda. Un día apareció ante ellos una ciudad maravillosa, con su muralla y su hermosa catedral. Al llegar a aquella ciudad, preguntaron: -¿Cómo se llama esta ciudad? ¿Podemos entrar? Los centinelas les contestaron: Pueden entrar los comerciantes y los campesinos; no aquellos que llegan con harapos y con tambores. Id donde queráis. Aquí no hay sitio para vosotros.

                Entonces, por primera vez, los tambores volvieron atrás. Los guardianes se desternillaban de risa. Uno dijo: -Hay una leyenda en nuestra ciudad. Se cuenta que, hace muchos años, unos hombres salieron por la gran puerta de la muralla en busca de una nueva vida. Se dice que llevaban maderos y tambores. Igual que éstos...

                Los tambores habían desaparecido tras las colinas y nunca se volvió a saber de ellos. Pero el más joven de los guardianes estuvo largo rato mirando el camino por donde se marcharon. A la mañana siguiente, cogió un tambor y recorrió las calles gritando: ¡Empezamos una nueva vida! ¡Nos vamos a otro país!
 

martes, 30 de mayo de 2017

LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES.


Alfonso Francia.           

  Un día en que las multitudes seguían a Jesús, al ver que caminaban muy difícilmente, que se les abría la boca de hambre, que muchos niños lloraban, se le enternece el corazón, le da lástima porque van a desfallecer. Llama a sus discípulos y les dice:
 
-Hay que buscar una solución inmediata, hay que darles de comer. Ea, dadles de comer. 

                      Se miran todos con cara de extrañeza. Pedro se atreve a decir:

-Pero, Maestro, si aquí no hay supermercados, ni mochilas de comida, ni dónde cazar o pescar.

-Por ahí he visto un chavalín, dice Santiago, que traía unos panes y unos pececillos. Los acabará de comprar y se ha unido a nuestra caravana.
 
-Señor, dice Judas, ya que no hay pan para todos al menos que haya para ti y algo para nosotros. El más importante eres tú; luego, nosotros que te seguimos de siempre, te entendemos mejor y te ayudamos.

-¡Qué cara tienes, Judas, qué poco has entendido! Yo empiezo siempre por los últimos o los más débiles; los fuertes, los listos ya se apañan.
 
-Señor, comenta Mateo, esto es muy grave, vamos a tener que comer hasta raíces, yo me acuerdo que, en Caná y otros lugares, te has sacado de la manga comida y hasta vino.

-Ahora tienes otra oportunidad de lucirte, de probar lo que eres. ¡Menudo fracaso si alguien se muere de hambre, siguiéndote!, le dice Bartolomé.

-¡Anda que no sois vivos! ¡Cualquiera confía en vosotros! No tenéis más que frases bonitas... Yo me encargaré de que haya para todos -dice Jesús entre paternal y recriminatorio-. Que se sienten todos. Ponedlos por grupitos, y que el chavalín ese traiga el pan y los peces, para tener una muestra, o ¿queréis un banquete con vino y todo?
 
-Lo que tu digas, Señor, no vamos ahora a ser exigentes.

-¡Eh!, empieza a gritar Pedro, sentaos en grupos de doce, que va a haber comida para todos. Para el que esté de pie, nada y, para el niño que llore, tampoco.

Hacía Jesús una oración. Y se llenan milagrosamente los cestos de panes y peces. 
 
Parecía un tren de mercancías, o una cabalgata de Reyes. A la gente se le ponen los ojos como bolas de billar. Los discípulos empiezan a coger los cestos y se los llevan allí junto a los árboles, a la sombrita. Empiezan a comer ellos, tranquilos, e invitan a muchos amigos. Y, mientras comen, rezan, recuerdan y comentan todo lo maravilloso que Jesús dice y hace. Cantan, danzan, ríen, cuentan chistes. Han formado un clima delicioso.

Jesús, que ve el espectáculo, se pone furioso. ¡El colmo! Lo que Él había multiplicado para todos, se lo comían unos pocos. Y, lo que era peor, entre los que le seguían más de cerca. Al ver las miradas de pena de la gente, el llando de los niños y la desvergüenza de los suyos... se levanta, hecho un basilisco, comienza a increparlos, a insultarlos y a punto estuvo de romper la rama de un árbol para pegarles fuerte.
 
De momento todo se arregló, hubo comida para todos, pero a Jesús le vino una ligera depresión al pensar: ¡qué harán mis discípulos a lo largo de la historia cuando falte Yo"!.

Desde entonces, muchos, lo que más valoran, lo que llaman milagro de verdad es que el niño se desprendiera de los pocos panes y peces que tenía. Dicen que, con unos cuantos milagros de esos, se solucionarían los problemas más graves.
 

lunes, 29 de mayo de 2017

EL PROFETA.


             Cuento oriental (adaptación)    

              El profeta gritaba con toda su voz en la gran plaza de la ciudad. Era decidido, prometedor... El país debía cambiar. Todos lo escuchaban boquiabiertos y lo seguían. Pero poco a poco empezó a gritar que ellos también debían cambiar sus costumbres. Su clientela empezó a disminuir, pero él seguía gritando; tan sólo unos poquitos... y él seguía gritando, hasta... quedarse solo, y él seguía gritando. Después de varios días, gritando en la gran plaza sin que nadie lo siguiera, alguien se acercó y le preguntó: 

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-¿Para qué tantas voces si nadie te escucha? 

                 Y la voz del profeta sonó con más fuerza: "Si yo me hubiera callado, ellos me habrían cambiado a mí".

domingo, 28 de mayo de 2017

LA BÚSQUEDA: ¿CUÁL ES TU PREGUNTA?


              Imberdis-Perrin. 

                 Cierto día, un anciano ermitaño recibe la visita de un joven que viene a consultarle. El muchacho trae una pregunta que hacerle.
 
-Ya que sois un hombre de Dios - dice el visitante-, pedidle que se cumpla mi deseo: quiero ser rico, afortunado en el amor, disfrutar de una larga vida y poder humillar a los que me humillaron a mí, cuando era niño. Os pagaré lo que sea -añadió el joven, tras un breve silencio.
 
                El ermitaño ni le miró siquiera y el muchaco se fue, decepcionado e irritado. 

                        Al cabo de cierto tiempo, volvió el joven adonde el ermitaño.

-Comprendo -dijo- que ni siquiera me mirarais cuando os pedí ser rico y afortunado en el amor, disfrutar de larga vida y vengarme de los que me hicieron daño. Eran unas peticiones muy egoístas. Pero hoy traigo un asunto más serio: ¿por qué tengo yo que morir?
 
                El ermitaño le miró, pero no dijo nada, y el joven se fue preocupado e irritado.

                De nuevo volvió adonde el ermitaño y dijo.

- ¿Por qué tengo yo que morir, siendo así que Dios es bueno? ¿Por qué hay hijos asesinados, pobres hambrientos y enfermos incurables? ¿Por qué existen la tenebrosidad del alma, y el dolor, y el crimen, y la muerte, si decís que Dios es bueno? Dadme una respuesta, os lo exijo.
 
               Pero no hubo respuesta.

-  Ya veo -dijo el joven- que consideráis necias y despreciables mis preguntas.

-Yo no he dicho tal cosa -replicó el ermitaño, pero sin añadir más. Y el joven se fue pensativo.

La próxima vez que volvió, empezó guardando silencio.

Entonces, quién habló fue el ermitaño:

-¿Qué es lo que deseas?

-¡Pero, cómo, si de sobra sabéis lo que deseo! -repuso el joven-. Lo que deseo es sabiduría y poder: deseo alcanzar el conocimiento, para así verme libre de la duda y la ansiedad; y deseo alcanzar el poder, para con él disfrutar de la vida y exaltar mi fuerza.

-Muy bien, -dijo el ermitaño-, todo deseo tiene su verdad. Ve y actúa, en conformidad con tu deseo.

              Pero el joven no se fue, permanecía allí en silencio.

-¿Qué quieres de mí? -le preguntó el ermitaño.

-Quisiera que me hicierais una pregunta, pues sé que sois un hombre sabio y que estáis próximo a las verdades profundas, que yo no alcanzo a comprender. Preguntadme para que, por lo menos, sepa dónde he de buscar.

 

-Así que -dijo el ermitaño- quieres comprender bien, pero con tal que se te haga una buena pregunta. De este modo, te verás libre de la duda y la ansiedad, y podrás disfrutar del camino.

                 El joven se fue, vivamente encolerizado.

                 La próxima vez que volvió adonde el ermitaño, dijo:

-Decidme una palabra de verdad y, ai al menos soy capaz de comprenderla, intentaré poner en práctica la verdad.


-Muy bien -dijo el ermitaño-, ahora es cuando voy a responder a tus preguntas. Voy a decirte en qué consiste la verdadera riqueza, el verdadero amor, la verdadera vida, el verdadero poder. Voy a explicarte cuál es la altura, la longitud, la anchura y la profundidad de la sabiduría de Dios.

-Pero ¿por qué me dais hoy lo que me negasteis no hace mucho? -preguntó el joven, sorprendido.

-Nunca te negué nada -le replicó el ermitaño. ¿Cómo podría haberte dado lo que entonces no querías?

sábado, 27 de mayo de 2017

LA CAMISA DEL HOMBRE FELIZ.


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              Un gran marajá indio no era feliz. Sin embargo, tenía todo lo que un mortal puede desear: un palacio lujoso, riquezas en abundancia, esclavos a su disposición, distracciones renovadas incesantemente, mujeres que cambiaba varias veces por semana. A pesar de eso, no era feliz. Un día, fue en busca de su gran visir, y le preguntó qué debía hacer para ser feliz.


             -Nadie es feliz, le respondió el hombre.

             Insatisfecho, el marajá planteaba su problema a todos los que encontraba. Un sabio aceptó comprometerse y le dio su receta de la felicidad: "Tenéis que poneros la camisa de un hombre feliz, y llegaréis a serlo".

             Inmediatamente, el marajá envía a sus embajadores por toeo su reino con la misión de encontrar al hombre feliz y llevarse su camisa.

             Los enviados partieron hacia los cuatro puntos cardinales del reino e interrogaron a las gentes. Por todas partes la misma respuesta: No, no soy feliz...

            -No tengo más que un pedazo de tierra y no puedo alimentar a mi familia.

             -No estoy bien en mi pellejo; no estoy de acuerdo conmigo mismo.
             -Estoy terriblemente fastidiado, etc.

             Ricos y pobres, hombres y mujeres, adultos y niños, nadie era feliz.

             Los legados estaban a punto de desesperarse cuando, un día, uno de ellos descubrió, en el fondo de un macizo montañoso, una cueva en la que vivían unos "yoguis". Habían abandonado el mundo para dedicarse a las realidades divinas. No poseían nada y se alimentaban con un grano de arroz por día. Al primero a quien se acercó, el enviado le hizo la pregunta:

             -¿Eres feliz?

             -¿Yo? Completamente feliz, contestó.

             -Entonces, dame tu camisa al momento.

             Unos instantes el sabio fijó sobre el rostro del interlocutor su mirada profunda y transparente. Después dijo, con un gesto que indicaba una evidencia:

            -Muy gustoso te daría mi camisa. Pero ya hace tiempo que no la tengo...

Pierre Babin. 

viernes, 26 de mayo de 2017

LA SOPA DE PIEDRA.


 

Cierto día, llegó a un pueblo un hombre y pidió por las casas para comer, pero la gente le decía que no tenían nada para darle. Al ver que no conseguía su objetivo, cambió de estrategia. Llamó a la casa de una mujer para que le diese algo de comer. 


- "Buenas tardes, Señora. ¿Me da algo para comer, por favor?"

- "Lo siento, pero en este momento no tengo nada en casa", dijo ella.

- "No se preocupe - dijo amablemente el extraño -, tengo una piedra en mi mochila con la que podría hacer una sopa. Si Ud. me permitiera ponerla en una olla de agua hirviendo, yo haría la mejor sopa del mundo. - ¿Con una piedra va a hacer Ud. una sopa? ¡Me está tomando el pelo!

- En absoluto, Señora, se lo prometo. Deme un puchero muy grande, por favor, y se lo demostraré”

La mujer buscó la olla más grande y la colocó en mitad de la plaza. El extraño preparó el fuego y colacaron la olla con agua. Cuando el agua empezó a hervir ya estaba todo el vecindario en torno a aquel extraño que, tras dejar caer la piedra en el agua, probó una cucharada exclamando: 
- ¡Deliciosa! Lo único que necesita son unas patatas". 

Una mujer se ofreció de inmediato para traerlas de su casa. El hombre probó de nuevo la sopa, que ya sabía mucho mejor, pero echó en falta un poco de carne. 

Otra mujer voluntaria corrió a su casa a buscarla. Y con el mismo entusiasmo y curiosidad se repitió la escena al pedir unas verduras y sal. Por fin pidió: "¡Platos para todo el mundo!". 

La gente fue a sus casas a buscarlos y hasta trajeron pan y frutas. Luego se sentaron todos a disfrutar de la espléndida comida, sintiéndose extrañamente felices de compartir, por primera vez, su comida. 

Y aquel hombre extraño desapareció dejándoles la milagrosa piedra, que podrían usar siempre que quisieran hacer la más deliciosa sopa del mundo.

Moraleja: Con la cooperación se alcanzan resultados notables, aun cuando se parta de contribuciones pequeñas, o incluso insignificantes. Esta es la fuerza milagrosa que tiene el COMPARTIR. Cada uno podemos poner alguna de nuestras virtudes al servicio de los demás y el resultado puede ser espectacular.

jueves, 25 de mayo de 2017

DOS VECES AL DÍA.

POPULAR HINDÚ.

 

              El sabio Narada era un creyente hondo y profundo. Tan grande era su devoción que un día sintió la tentación de pensar que no había nadie en todo el mundo que amara a Dios más que él.

              El Señor leyó en su corazón y le dijo: "Narada, ve a la ciudad que hay a orillas del Ganges y busca a un devoto mío que vive allí. Te vendrá bien vivir en su compañía".

 

               Así lo hizo Narada, y se encontró con un labrador que todos los días se levantaba muy temprano, pronunciaba el nombre del Señor una sola vez, tomaba su arado y se iba al campo, donde trabajaba durante toda la jornada. Por la noche, justo antes de dormirse, pronunciaba otra vez el nombre de Dios.

              Y Narada pensó: "¿Cómo puede ser un buen creyente de Dios este patán, que se pasa el día enfrascado en sus ocupaciones terrenales?".

              Entonces el Señor le dijo a Narada: "Toma un cuenco, llénalo de leche hasta el borde y paséate con él por la ciudad. Luego vuelve aquí sin haber derramado una sola gota".

              Narada hizo lo que se le había ordenado.

             "¿Cuántas veces te has acordado de mí mientas paseabas por la ciudad?", le preguntó el Señor cuando volvió Narada.

              "Ni una sola vez, Señor", respondió Narada. "¿Cómo podía hacerlo si tenía que estar pendiente del cuendo de leche?"



              Y el Señor le dijo: "¡Ese cuenco ha absorvido tu atención de tal manera que me has olvidado por completo. Pero fíjate en ese campesino, que, a pesar de tener que cuidar de toda una familia y trabajar todo el día duramente, se acuerda de mí dos veces al día".

miércoles, 24 de mayo de 2017

DOS ERUDITOS.


KAHLIL GIBRAN 

 

Había en la antigua ciudad de Afkar dos eruditos que se odiaban entre sí y que cada uno despreciaba la sabiduría del otro, pues uno creía en la existencia de los dioses y el otro no.
  
   Un día se encontraron en la plaza del mercado y en medio de sus seguidores empezaron a discutir sobre la existencia o la no existencia de los dioses. Tras largas horas de apasionada disputa se fueron cada uno por su lado.

   Esa tarde, el incrédulo fue al templo, se arrodilló ante el altar y pidió a los dioses que le perdonaran su pasada impiedad.

   Y a la misma hora, el otro erudito que había defendido la existencia de los dioses, quemó todos sus libros sagrados, pues se había vuelto incrédulo.

martes, 23 de mayo de 2017

LA VOZ DE DIOS.


 José J. Gómez Palacios.


               Cada vez que había tormenta y rugía el trueno en el cielo, los habitantes de aquel nuevo oasis se postraban en tierra y adoraban a Dios, llenos de temor, porque decían escuchar su voz potente y temer su mano dura.

               El caminante llegó a ellos una tarde negros nubarrones, pero ni se doblegó ni se hincaron sus rodillas en la arena, ni se alzaron sus manos suplicantes, ni el temor se asomó en su rostro curtido.

              Cuando pasaron las nubes, sin dejar caer ni una sola gota de agua, algunos le dijeron:

-¡Insensato!, ¿es que no temes a Dios? ¿Acaso no escuchaste su voz?

              Un silencio marcó la sorpresa de aquellos hombres del oasis. El caminante siguió, sin darles tiempo a responder:

-Si habéis escuchado la voz de Dios, decidme qué os ha dicho.

              Entonces, lentamente y avergonzados, comenzaron a hablar:

-Dios me ha dicho que rompa mi avaricia, porque los avariciosos mueren a dientes de los chacales...

-A mi -dijo el segundo- me ha hablado de la honradez, porque los ladrones mueren ahogados en sus riquezas robadas.

-A mí me ha recordado que la lepra es el castigo de los impuros...

... Y así, uno tras otro, fueron manifestando lo que habían escuchado al Dios que tronaba desde lo alto.

             El caminante, después de escucharles pacientemente, respondió:

-Vosotros no habéis escuchado a Dios, tan sólo a vosotros mismos.

Hubo un murmullo de indignación. Levantando la voz, prosiguió:

-Vosotros llamáis voz de Dios a la distancia que hay entre lo que en realidad sois y lo que quisierais ser. El Dios que os habla desde el trueno no existe. Quienes existís sois vosotros, asustados y temerosos de reconoceros tal como sois.

                Aquellos hombres, después de escuchar estas palabras, entendieron lo suficiente para arrojar al caminante al desierto sin comida y sin agua. Allí moriría de hambre y sed por ateo y blasfemo...

                Abrumado, caminó por el desierto varios días, dejando tras de sí huellas de muerte.

                 De pronto el cielo se cubrió de nubes. Sopló el viento a la par que se escuchaba el trueno redondo, profundo y potente... y llovió abundantemente.

                 Las laderas resecas se llenaron de impetuosos torrente. Todo fue muy fugaz, como una tormenta en el desierto, pero el caminante encontró agua suficiente para hacer una provisión y emprender viaje hacia el oasis que le había obligado a partir hacia la muerte.

                Cuando llegó, se arrodilló ante aquellos hombres y les pidió que le acompañaran en la oración al Dios que desde el trueno le había devuelto la vida...

                ...Pero nadie le acompañó.

                Todos habían dejado de creer en el mismo momento en que vieron que el caminante no había sido castigado desde lo alto por su falta de fe.

lunes, 22 de mayo de 2017

EL CRISTO DE LOS FAVORES.


 

El viejo Haakón cuidaba una ermita. En ella se conservaba un Cristo muy venerado que recibía el significativo nombre de “Cristo de los Favores”. Todos acudían para pedirle ayuda.

Un día también el ermitaño Haakón decidió solicitar un favor y, arrodillado ante la imagen, dijo:

— Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en la cruz.
Y se quedó quieto, con los ojos puestos en la imagen, esperando una respuesta.

De repente -¡oh maravilla!- vio que el Crucificado empezaba a mover los labios y le dijo:
— Amigo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición, que, suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardar siempre silencio.
— Te lo prometo, Señor.

Y se efectuó el cambio. Nadie se dio cuenta de que era Haakón quien estaba en el cruz, sostenido por los cuatro clavos, y que el Señor ocupaba el puesto del ermitaño. Los devotos seguía desfilando pidiendo favores, y Haakón, fiel a su promesa, callaba.

Hasta que un día… Llegó un ricachón y, después de haber orado, dejó allí olvidada su bolsa. Haakón lo vio, pero guardó silencio. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas más tarde, se apropió de la bolsa del rico.

Y tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él, poco después, para pedir su protección antes de emprender un viaje. Pero no puedo contenerse cuando vio regresar al hombre rico, quien, creyendo que era ese muchacho el que se había apoderado de la bolsa, insistía en denunciarlo.

Se oyó entonces una voz fuerte:
— ¡Detente!
Ambos miraron hacia arriba y vieron que era la imagen la que había gritado.

Haakón aclaró cómo habían ocurrido realmente las cosas. El rico quedó anonadado y salió de la ermita. El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje. Cuando por fin la ermita quedó sola, Cristo se dirigió a Haakón y le dijo:

— Baja de la cruz. No vales para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio.

— Señor –dijo Haakón confundido-, ¿cómo iba a permitir esa injusticia? Y Cristo le contestó:

— Tú no sabías que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio para humillar a una muchacha. El pobre, en cambio, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo. En cuanto al muchacho último, si hubiera quedado retenido en la ermita no habría llegado a tiempo de embarcar y habría salvado la vida, porque has de saber que en estos momentos su barco está hundiéndose en alta mar.


Leyenda noruega

domingo, 21 de mayo de 2017

LA ORACIÓN DEL VIEJO MAESTRO.


Alfonso Francia.  (Adaptación de un relato oriental).



Aquel viejo maestro nunca dejaba de enseñar y nunca dejaba de aprender. Cada vez sabía más y cada vez parecía más reacio a enseñar. La vida le había llenado de conocimientos y le había llenado de prudencia. El silencio, la moderación, son también sabiduría. “Cuando era joven y revolucionario, -solía repetir-, pedía a Dios que me diera fuerzas para cambiar al mundo. Multitudes de alumnos me seguían. Con el tiempo me di cuenta de que no había cambiado a nadie y empecé a pedir fuerzas para transformar al menos a los más cercanos. Ya no me escuchaban tantos. 

Llegué a viejo y me di cuenta de lo estúpido que había sido. Hoy sólo pido a Dios la gracia de cambiarme a mí mismo. Veo que hay muy pocos que me escuchen. Pero yo, ojalá hubiera pensado siempre así, no habría malgastado mi vida, porque Dios se ha pasado toda mí vida, pidiéndome que me deje cambiar”.

sábado, 20 de mayo de 2017

EL ENANO Y EL GIGANTE.


Por J.I. González Faus

 

Cuentan de un gigante que se disponía a atravesar un río profundo y se encontró en la orilla con un pigmeo que no sabía nadar y no podía atravesar el río por su profundidad. El gigante lo cargó sobre sus hombros y se metió en el agua.

Hacia la mitad de la travesía, el pigmeo, que sobresalía casi medio metro por encima de la cabeza del gigante, alcanzó a ver, sigilosamente apostados tras la vegetación de la otra orilla, a los indios de una tribu que esperaban con sus arcos a que se acercase el gigante.

El pigmeo avisó al gigante, éste se detuvo, dio media vuelta y comenzó a deshacer la travesía. En aquel momento, una flecha disparada desde la otra orilla se hundió en el agua cerca del gigante, pero sin haber podido ya llegar hasta él. Así ocurrió con otras sucesivas flechas, mientras ambos – gigante y pigmeo – ganaban la orilla de salida sanos y salvos.

El gigante dio las gracias al pigmeo, pero éste le replicó:
- Si no me hubiese apoyado en ti, no habría podido ver más lejos que tú.

viernes, 19 de mayo de 2017

PARÁBOLA DEL ÁGUILA.


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Erase una vez un hombre que caminaba por el bosque, encontró un aguilucho, se lo llevó a su casa y lo puso en su corral, donde pronto aprendió a comer la misma comida que los pollos y a conducirse como estos.

Un día un naturalista que pasaba por allí, le pregunto al propietario porque razón un águila, el rey de las aves y los pájaros, tenia que permanecer encerrado en el corral con los pollos.

- Como le he dado la misma comida que a los pollos, y le he enseñado a ser como un pollo, nunca ha aprendido a volar, respondió el propietario; se conduce como los pollos y por tanto no es un águila.

- Sin embargo, insistió el naturalista, tiene corazón de águila, y con toda seguridad se le puede enseñar a volar.

Después de discutir un poco más, los dos hombres convinieron en averiguar si era posible que el águila volara. El naturalista le cogió en sus brazos, suavemente y le dijo “ TU PERTENECES AL CIELO NO A LA TIERRA, ABRE LAS ALAS Y VUELA”. El águila sin embargo estaba confuso: no sabia qué era y, al ver a los pollos comiendo, saltó y se reunió con ellos de nuevo.

Sin desanimarse, al día siguiente, el naturalista llevó el águila al tejado de la casa y la animó diciéndole: “ERES UNA ÁGUILA ABRE LAS ALAS Y VUELA “; pero el águila tenía miedo de su yo y del mundo desconocido y saltó otra vez en busca de la comida de los pollos.

El naturalista se levantó temprano al tercer día, saco el águila del corral y lo llevó a una montaña. Una vez allí, alzó al rey de las aves y lo animó diciéndole “ERES UNA ÁGUILA Y PERTENECES AL CIELO, AHORA ABRE LAS AVES Y VUELA “.

El águila miro alrededor, hacía el corral y hacía arriba, al cielo. Pero siguió sin volar. Entonces el naturalista lo levantó directamente hacía el sol; el águila empezó a templar y abrió lentamente las alas y finalmente con un grito triunfante voló alejándose hacia el cielo.

Es posible que el águila recuerde todavía a los pollos con nostalgia; hasta es posible que de cuando en cuando vuelva a visitar el corral. Que nadie sepa, el águila nunca ha vuelto a vivir vida de pollo. Siempre fue un águila, pese a que fue mantenida y domesticada como un pollo.

Al igual que el águila, la persona que ha aprendido a pensar de sí misma como algo que no es, puede volver a decidirse a favor de sus verdaderas posibilidades. Puede convertirse en triunfadora.

jueves, 18 de mayo de 2017

LA HOJA QUE NO QUISO AGUA.



Fábulas y parábolas (Adaptación J. Loew). 

                      Érase una vez un árbol muy joven, del que se esperaba que, cuando fuera mayor, diera hermosos y buenos frutos.

                      Este árbol tenía cuatro hojas, cuatro bonitas hojas, verdes y resplandecientes. Un día, las cuatro hojas tuvieron una reunión de grupo. Una de ellas, la que estaba más arriba en el árbol, les dijo a las otras tres:

                      -Yo quiero seguir unida al mismo árbol que vosotras. Pero, en lo sucesivo, no quiero recibir el agua, porque está muy fría, ni el sol, porque quema. Por eso, me voy a poner un paraguas, que abriré, cuando llueva o haga sol, y cerraré cuando haga fresquito.

                       A las otras tres hojas, no les pareció bien la idea, pues se dieron cuenta de que, cuando abriera el paraguas, no sólo no iba a recibir ella el agua ni el sol, sino que tampoco se los dejaría recibir a ellas.

                      La hoja del paraguas no les hizo caso y, efectivamente, se puso el paraguas, que abría, cuando llovía o hacía sol, y cerraba cuando hacía fresco.

                      Al cabo del tiempo, aquellas cuatro verdes y hermosas hojas empezaron a languidecer y a marchitarse hasta que, un día, las cuatro, secas, cayeron al suelo y fueron arrastradas por el viento; y el árbol joven, del que se habían esperado tan buenos y hermosos frutos, quedó convertido en un tronco seco.

miércoles, 17 de mayo de 2017

EL PINO.


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Sucio, cansado y hambriento 
de tanto esfuerzo y camino,
roqué a un solitario pino
que me diera algún sustento.
"No puedo, me respondió,
es tan solo primavera,
no es el tiempo de mi fruta,
pero siéntate y disfrutad
del aire, color y sombra,
duerme tranquilo a mi vera".
No estaba yo para esperas,
ni consejos ni disputas...
Me vencí, no lo quemé,
pero, eso sí, lo olvidé.

El sol quemaba en verano,
-¡hasta el aire mismo ardía!-
cuando del campo volvía
con azada y hoz en mano.
Ya era imposible seguir
tan abrasador camino...
Volví la vista hacia el pino
que desprecié en primavera...
Allá estaba verde, erguido,
como un amigo que espera.
Su sombra fue paraíso
para mi infierno estival.
Yo no sé si tenía frutos,
¡ni me acordé de mirar!

Cuando, mediado el otoño,
se acabaron heno y paja,
busqué una cama mullida
para el becerro y las vacas.
Busqué abonos para el huerto,
nadie me los pudo dar...

¡Qué triste será mi invierno
de pobreza y soledad!
Miré primero hacia el cielo,
luego, lejos, al camino...
allá estaba, solo, el pino,
dispuesto a colaborar.
Tiró sus hojas al suelo
haciendo una espesa alfombra...
¡Qué me importaban sus frutos!
¡Qué me importaba su sombra!

Llegó el invierno inclemente,
con lluvias temporales,
con fríos, heladas, nieves,
con soledad, miedo y hambre.
Mi débil choza no pudo
con tantas calamidades.
Un ciclón la hirió de muerte,
voló parte del tejado,
sentí cerca mi final.
Tendí la vista hacia el pino...
¡Él sí aguantó el vendaval!
Con lágrimas lo corté,
hice fuego, hice techado,
y pensé en la primavera
sin frutas, y en el verano
-con caricias de su sombra-
y en las hojas del otoño,
y en todo lo que me ha dado.
Una foto de recuerdo,
y una leyenda debajo:
"Antes me salvó su vida,
hoy su muerte me ha salvado".

martes, 16 de mayo de 2017

AQUELLA VIEJA HOJA.



 


Cristina Vega.                   

          Una primavera, se encontraron dos hojas en ramas vecinas de un mismo árbol. Una, hacía poco tiempo que había visto la luz de la vida; la otra, esperaba el próximo otoño con miedo, porque sabía que una ráfaga de viento, la arrancaría del árbol de la vida.

                             Esta última hoja, seca casi, sintió deseos de ayudar a la joven que era tierna y blanca. Cómo no podía hacer muchos movimientos (por temor a desprenderse de su rama), se dedicó solamente a hablarle, a darle consejos. Muchas tardes se escuchaba su voz en el aire que decía:

                            -Cuando el viento sople fuerte, procura moverte con él y producir melodía; así pondrá música en las almas solitarias.

                             -Trabaja con las demás hojas formando un conjunto armonioso, para que la sombra que produzca el árbol sea más grande y perfecta.

                            -Déjate llenar de rocío en las noches frías y, al amanecer, cuando el sol te deslumbre con su alegría, permite que las gotas de agua resbalen por tu piel en libertad hacia la tierra.

                             -Así pasaba la vieja hoja horas y horas, contando cosas a la nueva y ésta la escuchaba con atención. Cuando no tenía nada nuevo que decirle, repetía lo mismo una y otra vez.

                             La vieja hoja, que sólo se creía útil para dar consejos, no deseaba de ningún modo que llegase el otoño; su vida tenía un sentido: ayudar a la joven era tarea importante.

                             El verano avanzaba. La hoja nueva comenzaba a convertirse en una hoja madura. Empezaban a molestarle los dichos de la vieja. Un día, harta ya, le gritó:

                             -¡Déjame en paz, siempre me repites las mismas cosas! Quiero aprender sola y vivir mi vida! Además, voy a decirte algo: Toda la belleza de esta rama la estropea tu presencia, entérate, ya no sirves para nada; ni las gotas de rocío aparecen en tu piel...

                             -Es verdad que mi piel, seca ya, no tiene lágrimas que derramar -dijo tristemente la vieja hoja.

                             Su voz no volvió a escucharse. Cada día envejecía más y esperaba ya, con calma y con deseo, la llegada del otoño. No quería molestar más con su presencia. ¡Qué diferente le parecía su vida y sus pensamientos de los de aquella nueva hoja!

                             Así, sumida en sus tristezas, pasaba su tiempo.

                             Al llegar el otoño la primera hoja que cayó del árbol, con la primera ráfaga de viento, fue la vieja. Era un atardecer oscuro y triste. Sólo rodearon su caída la soledad y el silencio. Pero bastaba mirar a la rama para comprender que algo importante faltaba allí.

                             Al amanecer del día siguiente, el primer rayo de sol que tocó la tierra acarició a la vieja y seca hoja, tirada en el suelo. Luego un torbellino de aire la levantó hacia los cielos.

                             Pasaron los días. Llegó el invierno. El aire frío y helado transportó, muchas veces, los lamentos de una hoja:

                             -Si en lugar de escucharla, hubiese conversado con ella, ¡cuántas cosas más me habría enseñado! ¡Cuánto hubieso yo podido ayudarla...!

                             Esta hoja, madre ya, casi vieja, continuó lamentándose hasta que comenzó la primavera. Nació una hojita en una rama vencia. Le dio tanta lástima verla tan pequeña y tierna, que olvidándose de sus tristes recuerdos, se prometió ayudarla.

                            Pero, como no podía moverse mucho (por miedo a desprenderse de su rama), le ofreció sus consejos. La hora recién nacida escuchaba atentamente cuanto le decía...

                            El árbol que, calladamente, había observado, sentido y vivido muchas primaveras y muchos inviernos seguidos, sonrió un momento.

                            La noche, sin embargo, fue testigo de las lágrimas que brotaron del corazón cansado del árbol de la vida.