ALFONSO FRANCIA.
Había muchos pastores en aquel pueblo. Cada uno tenía unas 100 ovejas. Todos los días las cuidaban lo mejor que podían. Por eso eran la envidia de otros pastores de la comarca. Aquellos pastores tenían fama de ser muy competentes, conocedores del rebaño, del lugar de pastos, aguas y atenciones requeridas en cada época del año...
Poco a poco se fue apagando su entusiasmo y se entretenían de hablar de sus cosas.
Un día llegó a tanta su desgana, irresponsabilidad o despiste que, entretenidos en hablar y jugar en el campo donde pastaban sus rebaños, al atardecer, hora de volverse, no ven más que 12 ovejas. Todas las demás, centenares, habían desaparecido.
Al sentirse tan enfrascados, no se propusieron ir a buscar a todas las que se habían perdido. Pensaron que era muy tarde y que ya volverían si querían. Ellos las habían querido, las habían cuidado bien ¿de qué se podían quejar? ¡Peor para ellas! Vamos a cuidar bien a éstas que se han quedado -se dijeron-. Y las rodearon entre todos, las llenaron de mimos. A veces había hasta celos entre ellos, tanto las querían.
Algún pastor quiso separarse de los otros e intentar ir a buscar a las otras, pero por poco le pegan... Pasaban muchas horas, recordando a cada una de las que se habían perdido y procurando descubrir las razones por las que se perdieron. Al fin, se acostumbraron a esas poquitas y las rodearon con cariño, las conocían al detalle y se turnaban para darles de comer. Les buscaron un lugar muy tranquilo, defendido de los vientos y las aguas, y un buen cobijo.
Todo parecía ir muy bien, hasta que comenzaron a faltar pastos y hubo que ir monte arriba a buscar otras hierbas. Entonces vino la tragedia. Unas no podían subir, no estaban acostumbradas, otras se quedaban prendidas en las zarzas, algunas otras resbalaban en las rocas... Al final, comprendieron que tenían que turnarse llevándolas a hombros, de lo contrario no llegarían, morirían sus ovejas en el camino.
Los pastores están allí arriba cada vez más tristes porque envejecen con tan poquitas ovejas, y éstas cada vez más flacas, viejas, incapaces... ¡estériles!
Lejos, mjuy lejos se ven muchas ovejas que corren y juegan... con todos sus corderillos. Los pastores siempre comentan a quienes ven "que, aunque parezca que aquellas ovejas están mejor, es pura apariencia. Ninguna está tan bien guardada y es tan querida como éstas; no tienen corderillos que estropeen la intimidad y la unidad; y, al final, morirán, rodeadas de cariño, ¿cuándo una oveja ha muerto tan querida?"
Y, entre todos, se pusieron a redactar un precioso documento, sobre la vida y la muerte, la fecundidad, la alegría, sobre el pastor, sobre la libertad, sobre las ovejas dóciles y las descarriadas...
Al terminar de leer el cuento, no puedo dejar de pensar como aquí en mi pueblo hay varias madres, que están siempre encima de sus hijas. Tanto, que las hijas están siempre con ellas, incluso a la edad de veinte años, sin tener contacto con otras muchachas de su tiempo. Al verlas, se da uno cuenta que parecen raras, las falta algo. Y a las madres las sobra algo también, egoísmo.
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