ANTHONY DE MELLO.
En cierta ocasión previno Dios al pueblo de un terremoto que habría de tragarse las aguas de toda la tierra. Y las aguas que reemplazarían a las desaparecidas habrían de enloquecer a todo el mundo.
Tan sólo el profeta se tomó en serio a Dios. Transportó hasta la cueva de su montaña enormes recipientes de agua, de modo que no hubiera ya de faltarle el líquido elemento en los días de su vida.
Y efectivamente se produjo el terremoto, desaparecieron las aguas y una nueva agua llenó los arroyos y los Lagos y los ríos y los estanques. Algunos meses más tarde bajó el profeta de su montaña a verlo que había ocurrido. Y era verdad: todo el mundo se había vuelto loco y le atacaba a él y no quería tener nada que ver con él. Y hasta se convenció todo el mundo de que era él el que estaba loco.
Así pues, el profeta regresó a su cueva de la montaña, contento por haber tenido la precaución de guardar agua. Pero, a medida que transcurría el tiempo, la soledad se le hacía insoportable. Anhelaba tener compañía humana. De modo que descendió de nuevo a la llanura. pero nuevamente fue rechazado por la gente, tan diferente de él.
Entonces el profeta tomó su decisión: Tiró el agua que había guardado, bebió del agua nueva y se unió a sus semejantes en su locura.
Cuando buscas la Verdad, vas solo. La senda es demasiado estrecha para llevar compañía. Pero ¿quién puede soportar semejante soledad?
"Aquel que quiera venir en pos de mí, cargue con su cruz y me siga". Y la cruz se suele llevar en soledad, como hizo Él.
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