ANTHONY DE MELLO.
Al Maestro árabe Jalal ud-Din Rumi le gustaba contar la siguiente historia:
Se hallaba un día el profeta Mohema presentando la oración matutina en la mezquita.
Entre la multitud de los fieles se encontraba un joven catecúmeno árabe.
Mahoma comenzó a leer el Corán recitando el versículo en que el Faraón afirma: "Yo soy tu verdadero Dios". Al oírlo, el joven catecúmeno sintió tanta ira que rompió el silencio y gritó: "¿Será fanfarrón, el muy hijo de puta?".
El profeta no dijo nada, pero cuando acabaron las oraciones, los demás comenzaron a increpar al árabe: "¿No te da vergüenza? Has de saber que tu oración le desagrada a Dios, porque no sólo has roto el santo silencio de la oración, sino que además has usado un lenguaje obsceno en presencia del profeta de Dios".
El pobre árabe enrojeció de vergüenza y se puso a temblar de miedo, hasta que Gabriel se le apareció al profeta y le dijo: "Dios te manda sus saludos y te desea que hagas que esa gente deje de increpar a ese sencillo árabe; en realidad, su sincero juramento ha movido su corazón más que las santas plegarias de muchos otros".
Cuando oramos, Dios se fija en nuestro corazón, no en nuestras fórmulas.
Totalmente de acuerdo.
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