ANTHONY DE MELLO.
En la corte tuvo lugar un fastuoso banquete.
Todo estaba dispuesto de tal manera que cada cual se sentaba a la mesa
según su rango. No había llegado todavía el monarca cuando apareció un
hombre muy pobremente vestido y que se sentó en el sitio de mayor
importancia. Tan insólito comportamiento indignó al primer ministro,
quien le preguntó:
-¿Acaso eres un visir?
El hombre repuso: -Mi rango es superior al de visir.
-¿Acaso eres un primer ministro?
-Mi rango es superior.
El primer ministro preguntó: -¿Acaso eres el mismo rey?
-Mi rango es superior.
Desconcertado, el primer ministro preguntó nuevamente:
-¿Acaso eres Dios?
-Mi rango es superior.
Y el primer ministro vociferó fuera de sí:
-Nada es superior a Dios.
El mendigo repuso apaciblemente:
-Ahora sí sabes mi identidad. Esa nada soy yo.
Cuando el hombre alcanza su máximo grado de realización obtiene un estado de bendita serenidad que está vacuo en cuanto que trasciende todos los conceptos, el ego y toda identidad personal.
-¿Acaso eres un visir?
El hombre repuso: -Mi rango es superior al de visir.
-¿Acaso eres un primer ministro?
-Mi rango es superior.
El primer ministro preguntó: -¿Acaso eres el mismo rey?
-Mi rango es superior.
Desconcertado, el primer ministro preguntó nuevamente:
-¿Acaso eres Dios?
-Mi rango es superior.
Y el primer ministro vociferó fuera de sí:
-Nada es superior a Dios.
El mendigo repuso apaciblemente:
-Ahora sí sabes mi identidad. Esa nada soy yo.
Cuando el hombre alcanza su máximo grado de realización obtiene un estado de bendita serenidad que está vacuo en cuanto que trasciende todos los conceptos, el ego y toda identidad personal.
La sabiduría es humilde, cuanto más sabio es uno más humilde se hace. La ignorancia, en cambio, es la más atrevida. A veces, el ignorante es el más vanidoso.
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