ANTHONY DE MELLO.
Hace muchos años, allá por la Edad Media, los
consejeros del Papa recomendaron a éste que desterrara a los judíos de
Roma. Según ellos, resultaba indecoroso que aquellas personas vivieran
tan ricamente en el corazón mismo del mundo católico. Así pues, se
redactó y fue promulgado un edicto de expulsión para general
consternación de los judíos, que sabían que, dondequiera que fuesen, no
podían esperar un trato mejor que el que les obligaba a salir de Roma.
De manera que suplicaron al Papa que reconsiderara su decisión. El Papa,
que era un hombre ecuánime, les hizo una propuesta un tanto arriesgada:
debían elegir a alguien para que discutiera el asunto con él mismo en
público y, si salía victorioso del debate, los judíos podrían quedarse.
Los
judíos se reunieron a considerar la propuesta. Rechazarla significaba
la expulsión. Aceptarla significaba exponerse a una derrota segura,
porque ¿quién iba a vencer en un debate en el que el Papa era juez y
parte a la vez? Sin embargo, no había más remedio que aceptar. Ahora
bien, resultaba imposible encontrar a un voluntario dispuesto a debatir
con el Papa: la responsabilidad de cargar sobre sus hombros con el
destino de los judíos era más de lo que cualquier hombre podía soportar.
Pero,
cuando el portero de la sinagoga se dio cuenta de lo que ocurría, se
presentó ante el Gran Rabino y se ofreció como voluntario para
representar a su pueblo en el debate. "¿El portero?", exclamaron los
demás rabinos cuando lo supieron. Imposible
"Está bien", dijo el
Gran Rabino, "ninguno de nosotros está dispuesto a hacerlo; de manera
que, o lo hace el portero o no hay debate". Y así, a falta de otra
persona, se designó al portero para que celebrara el debate con el Papa.
Llegado
el gran día, el Papa se sentó en un trono en la plaza de San Pedro,
rodeado de sus cardenales y en presencia de una multitud de obispos,
sacerdotes y fieles. Al poco tiempo llegó la pequeña comitiva de
delegados judíos, con sus negros ropajes y sus largas barbas, rodeando
al portero de la sinagoga.
Quedaron el uno frente al otro, y el
debate comenzó. El Papa alzó solemnemente un dedo hacia el cielo y trazó
un amplio arco en el aire. Inmediatamente, el portero señaló con
énfasis hacia el suelo. El Papa pareció quedar desconcertado. Entonces
volvió a alzar su dedo con mayor solemnidad aún y lo mantuvo firmemente
ante el rostro del portero. Este, a su vez, alzó inmediatamente tres
dedos y los mantuvo con la misma firmeza frente al Papa, el cual pareció
asombrarse de aquel gesto. Entonces el Papa deslizó una de sus manos
entre sus ropajes y extrajo una manzana. El portero, por su parte, sin
pensarlo dos veces, introdujo su mano en una bolsa de papel que llevaba
consigo y sacó de ella una delgada torta de pan. Entonces el Papa
exclamó con voz potente: El representante judío ha ganado el debate!
Queda revocado, pues, el edicto".
Los dirigentes judíos rodearon
inmediatamente al portero y se lo llevaron, mientras los cardenales se
apiñaban atónitos en torno al Papa. "¿Qué ha sucedido, Santidad?", le
preguntaron. "Nos ha sido imposible seguir el rapidísimo toma y daca del
debate ... " El Papa se enjugó el sudor de su bese y dijo: "Ese hombre
es un brillante teólogo y un maestro del debate.
Yo comencé
señalando con un gesto de mi mano la bóveda celeste, como dando a
entender que el universo entero pertenece a Dios; y él señaló hacia
abajo con su dedo, recordándome que hay un lugar llamado "infierno"
donde el demonio es el único soberano. Entonces alcé yo un dedo para
indicar que Dios es uno. ¡Imagínense mi sorpresa cuando le vi alzar a él
tres dedos indicando que ese Dios uno se manifiesta por igual en tres
personas, suscribiendo con ello nuestra propia doctrina sobre la
Trinidad! Sabiendo que no podría vencer a ese genio de la teología,
intenté, por último, desviar el debate hacia otro terreno, y para ello
saqué una manzana, dando a entender que, según los más modernos
descubrimientos, la tierra es redonda. Pero, al instante, él sacó una
torta de pan ázimo para recordarme que, de acuerdo con la Biblia, la
tierra es plana. De manera que no he tenido más remedio que reconocer su
victoria ... "
Para entonces, los judíos habían llegado ya a su
sinagoga. "¿Qué es lo que ha ocurrido?", le preguntaron perplejos al
portero, el cual daba muestras de estar indignado. "íTodo ha sido un
montón de tonterías!", respondió. "Veréis: primero, el Papa hizo un
gesto con su mano como para indicar que todos los judíos teníamos que
salir de Roma. De modo que yo señalé con el dedo hacia abajo para darle a
entender con toda claridad que no pensábamos movernos. Entonces él me
apunta amenazadoramente con un dedo como diciéndome: "¡No te me pongas
chulo!" Y yo le señalo a él con tres dedos para decirle que él era tres
veces mas chulo que nosotros, por haber ordenado arbitrariamente que
saliéramos de Roma. Entonces veo que él saca su almuerzo, y yo saco el
mío".